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El Sombrero del Antihéroe

Desde nuestra más tierna infancia, nos ha contado o hemos visto en el cine la historia de Alicia en el País de las Maravillas, basada en la novela de Lewis Carroll en la que uno de los personajes más interesantes es el sombrerero cuya locura parece lógica cuando vive en un mundo en el los gatos ríen, los conejos tienen stress y todo es gobernado por una reina de corazones.

En Innovación, como demostraba Edward Bono con su teoría de los sombreros, cada día descubrimos que todo no es tan simple como parece y casi siempre la verdad es invisible a los ojos. El rol del sombrerero se caracteriza por sus cambios de humor, su conducta infantil y sus exabruptos al resto de los personajes pero, en el fondo, no es más que un símbolo de su drama cotidiano: adaptarse a las imposiciones sociales sin poder expresar su verdadera personalidad.

En la Inglaterra del siglo XVIII se usaba la frase «loco como un sombrerero» para referirse a los que estaban desquiciados. Todo tenía que ver con su profesión ya que sufrían síntomas parecidos a los del Parkinson con temblores y cambios emocionales. Todo era debido a una enfermedad,  la hidrargiria, que les ocasionaba el nitrato de mercurio que usaban en la fabricación para transformar las pieles de animales en fieltro negro, una sustancia que las personas de la época creían inofensiva, pero que la ciencia ha demostrado que es peligrosa para el cuerpo humano (como bien conocen algunos líderes rusos).

En 1805 esta enfermedad era tan común que el doctor John Pearson la rebautizó como eretismo, palabra que describía las manifestaciones psicóticas de los síntomas por intoxicación con mercurio. Quienes eran diagnosticados manifestaban timidez excesiva; desconfianza en otros, ansiedad, deseo de pasar desapercibido o no molestar o rabia cuando se criticaba su forma de ser.

Como la Historia se repite, los síndromes también son cíclicos y en este 2022 podemos sufrir algo similar ocasionado por crisis provocada por ese «batman chino» que ha generado una pandemia silenciosa que puede poner al límite el ya maltrecho sistema sanitario español, falto de oídos que puedan escuchar a las personas con problemas de salud mental y que nos dejan una España en terapia permanente

Igual que en las calles se dice que no tenemos amigos o familia si no conoces a alguien positivo, la pandemia silenciosa ha creado el mismo fenómeno en el que todos conocemos a alguien que tiene que esperar tres meses para recibir atención psicológica o psiquiátrica, ante la falta de prevención en la educación emocional para combatir el estigma que supone este tipo de dolencias, tabú de tabúes.

Según lo que dicen las estadísticas, en España tenemos la suerte de poder pagar el sueldo de 11 psiquiatras por cada cien mil ciudadanos, es más fácil subirse a la noria de Vigo de Abel Caballero que acceder a esta especialidad médica. Las comparaciones son odiosas pero cualquier país tiene más del doble e incluso, dónde ingresamos nuestros reales, en Suiza, tienen cinco veces más. A falta de recursos, el verdadero combate contra esta enfermedad es luchar contra el silencio en el abordaje del problema y sensibilizar a la población para luchar contra el tabú con el apoyo de famosos como Tamara Gorro, Laura Escanes o los hermanos de apellido Ángel, Javi y Dani Martin.

Es un problema educacional: cuando un adolescente muere de cáncer, es casi una crisis nacional, pero si se suicida una paciente con anorexia o bulimia, no se habla de esa pérdida debida a la falta de ayuda sanitaria y falta de herramientas para manejar la mente que, además de maravillosa, es capaz de lo mejor y de lo peor. Por ese motivo, si aspiramos a conseguir la ansiada normalidad, quizá la solución sea delegar recursos en la «tercera economía» y que sean ellos, desde la barrera, los que se encarguen de aliviar el problema. 

No es de recibo que, cuando se apagan las luces de la ciudad, en mi querido Hospital Clínico de provincias un ginecólogo, en vez de traer al mundo a una nueva vida, atienda una neumonía. Estos absurdos conducen al suicidio y no se previenen evitando que alguien se mate, sino evitando la causa del problema en su origen: dando posibilidades a la impotencia de las personas para cambiar sus circunstancias, para salir del hombre del subsuelo de Dostoievski

Ante este Batman silencioso, resulta contradictorio que el Joker neoliberal y populista no ofrezca ni siquiera la respuesta simple a este problema complejo. La foto fija retrata que nos encontramos desprotegidos frente al poder real que no es el político, sino el económico.

Hace años se decía que el catolicismo quitó la ira del mundo y la proyectó en Dios, en su eternidad. El comunismo, además de eliminar a Dios, trajo la ira de vuelta y la hizo temporal.

La pandemia nos recuerda que el paraíso no está en el más allá, sino en este mundo. Quizá sea tan sencillo como amar el propio destino, dar un sí a a la vida, aceptar el absurdo, dejar de ser víctima de las circunstancias y ser conscientes de nuestro propio poder, como decía Nietzche.

Dios no ha muerto, y no está en el Cielo, está en la Tierra en las mentes de todas esas personas que viven sufriendo y sin esperar recompensa. Ellos nos muestran la grandeza del ser humano, aquello que los creyentes llamamos santos, en esta vida, santos ateos que sueñan con un futuro de libertad.

Nadie que no esté loco puede pensar que un reloj es consecuencia del azar. La pandemia ha puesto en orden ese reloj y esos locos bajitos son las manecillas del relojero que dan cuerda a este motor que es la fuerza del corazón.

A largo plazo, los buenos siempre ganan.

«El conocimiento hace sufrir y aquel que hace crecer su conocimiento hace crecer también su sufrimiento». El Nombre de la Rosa, Umberto Eco, ni apocalíptico ni integrado.

Alberto Saavedra at imita.es Chief Vissionary Officer

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