El Añil es un color muy presente en nuestras vidas. Basta con mirar al cielo, contemplar el arcoíris o perder la vista en el mar. Tiene sus orígenes en la India antigua, donde se cultivaba la planta de añil, un arbusto de flores azules cuyas hojas se utilizaban para obtener un tinte que se extendió por toda Asia y África llegando a Europa en la Edad Media convirtiéndose un signo de estatus y riqueza para que los nobles de la época mostrarán al orbe su riqueza y poder, el oro azul de El Salvador.
El Azul Índigo está lleno de simbolismo y significado e incluso en religiones como el judaísmo se utiliza en los tzitzit, esos flecos que tienen las prendas de los hombres en los que se recuerda los mandamientos de Dios o en el budismo tibetano transmite la sabiduría profunda, la dignidad y la compasión.
Aunque fuera también venerado por los antiguos egipcios, griegos y romanos por su asociación con el poder, la autoridad y lo sagrado, el añil pertenece a la familia de los guisantes y nuestros políticos, al igual que hizo Mendel, son eminentemente prácticos y buscan siempre soluciones baratas para salir Adelante y producir una gran cantidad de descendencia.
En la actualidad, el color azul añil sigue siendo un color popular pero ayer, que voté en Correos, color amarillo y azul, hice el intento de buscar en los anagramas, lemas y proclamas de los partidos políticos que luchan por el poder nacional esos colores, vibraciones o esas emociones. No encontré nada salvo un partido con un nombre particular, Por un Mundo justo, y me resultó extraño porque, en mi ingenuidad, siento que ese grupo de personas con unas siglas tiene una vocación en lo que si su mente está puesta en el bien común, ese ideal lo vence todo.
Si el ideal no tiene fuerza suficiente es entonces cuando la mercadotecnia partidista debería propiciar que todas las opiniones tengan un tono añil para transmitir un mensaje de profesionalidad y confidencialidad. Así lo hacen muchísimas empresas internacionales de varios sectores como finanzas, tecnología y salud que o usan a diario en su branding o en empresas de decoración porque evoca sensaciones de tranquilidad y calma. Por lo menos podemos contemplar a nuestros políticos cincuentones cuando salen a las plazas de Toros con los Blue Jeans de Levis Strauss teñidos de azul añil-índigo, menos da una piedra.
A mi humilde entender, la Política es a América, lo que la tierra de las oportunidades es al añil. Hablo de aquella época en la que el añil pronto se convirtió en el segundo cultivo junto con el arroz lo que convirtió a Carolina del Sur en la más rica de las trece colonias aunque, fue posible gracias a los esclavos. Se les obligaba a trabajar en lugares donde el olor a fermentación y el agua estancada atraían moscas y mosquitos, y con ello, la amenaza constante del cólera, la fiebre amarilla y la malaria, análogo a lo que viven ese 10% de los votantes que no llegan a fin de mes y nadie los ha puesto en la tarima, no son el segundo cultivo de la campaña, es el grano ucraniano a importar.
Quizá, como ayer me decía en la caja un Jefe de supermercado, deberíamos de hacer como los esclavos americanos que se rebelaron y sacaron rastros de añil en lugares inesperados con esa pintura azul cielo, llamada en Carolina «haint blue«. Cubrían puertas, contraventanas y entradas con una mezcla hecha de añil, tierra, cal y leche. Un sucedáneo pero con un claro objetivo: ahuyentar a los espíritus malignos o «haints» o, en nuestro caso, huir de ese sentimiento de permanencia de asociar nuestro voto a un color, el rojo es lo bello, el fucsia lo bueno, el verde lo útil y el azul lo común.
Pues en nuestro caso particular, elecciones estivales, para elegir color lo único válido es lo que probó experimentalmente en 1676 el físico Newton: la luz solar blanca se descompone valiéndose de un prisma rectangular en los colores del espectro, contiene todos los colores principales excepto el color púrpura. Con este experimento Isaac demostró usando únicamente un prisma para separar colores que el haz de luz original contenía todos los colores, y que la separación se conseguía cambiando la orientación del prisma.
Esta orientación es la del color del agua del Planeta Tierra, ese eterno olvidado en los mítines, la etapa azul de Picasso, cultura de un bono de 400 euros, o a la colección de poemas en prosa de Rubén Darío, esa política que padecemos sin fondo, forma ni retórica.
Como decía Goya, cuando el sueño de la razón produce monstruos, quizá sea más conveniente no despertar y volver a soñar con el añil verdadero: ese de la sangre azul en las venas, el de los reyes y las reinas, el de los príncipes y las princesas o, si nos ponemos intensos, el azul ultramar, el pájaro de Twitter o la casa de Frida Kahlo.
El añil es el color de los sueños y la fe de las cosas que se esperan como puso Edison en el relámpago que puso en una botella y que se convirtió en una realidad a pesar que de que a un niño se le cayó la bombilla en el experimento 1113. Edison no perdió la esperanza, vivió en un tiempo despreocupado e hizo brillar la bombilla en la mano del niño en su último experimento.
La libertad de votar es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, diría Cervantes, pero lo cierto es que la gente está hambrienta de percibir ese añil y quizá la sorpresa nos la llevemos cuando descubramos que el Índigo crece silvestre en nuestro jardín.
«La primera verdad difícil de conocer es, en efecto, que el auténtico arte político no debe preocuparse del bien privado, sino del bien común, pues el bien común estrecha los vínculos ciudadanos, mientras que el bien privado los disuelve, y que tanto el bien particular como el bien común salen ganando si este segundo está sólidamente garantizado con preferencia al otro». Platón, ingenuo que pensaba que la ciudad justa estaría gobernada por «filósofos reyes».
Alberto Saavedra at imita.es Chief Vissionary Officer