Los que trabajamos todos los días por conseguir que la Innovación sea la vitola de nuestro quehacer, somos tildados de Quijotescos por nuestro afán de buscar utopías, alcanzar imposibles y lograr sueños. Parto de la premisa de que todos poseemos, desde nuestro Origen, la impronta de la Innovación, renacemos cada día cuando suena el Smartphone y sembramos ideas en nuestros huertos cotidianos.
De Alonso Quijano hablaban en un espacio cultural de la «Españavisión» en la que invitaron al Secretario de Estado de Cultura en funciones (que ejerce con mucho criterio a mi entender). Este profesor ha otorgado la importancia debida a algo tan nacional como el IV Centenario de Cervantes que, aunque con una humilde dotación económica, cuenta con más de doscientos proyectos para comenzar el año, algunos muy rompedores como la fusión de Forges y Cervantes, Quijotes por el Mundo o la Web didáctica 400cervantes.es que posee un servicio de Agenda de Eventos geolocalizados muy intuitiva, accesible y amigable para el visitante.

Vamos a trabajar el caso de una «startup» que, sin ser de base tecnológica, tuvo su fase de lanzamiento hace más de dos mil años y que siempre ha sido criticada, «sin criterio», como conservadora, caduca y sin progreso. Su promotor en origen no entendía mucho de Planes de Empresa, ni de Marketing ni de Comercio fenicio pero tenía muy clara su visión empresarial cimentada en un producto innovador, un discurso renovado y de un gran servicio post-venta. El fundador y creador de la compañía, como ocurre en todas las empresas de esta índole, estuvo durante los tres primeros años liderando el lanzamiento de los proyectos, abandonando el barco al finalizar esta misión que continuó su persona de confianza.
En estos años han pasado muchos CEOs por esta organización y cada uno de ellos ha transmitido sus retazos innovadores sin perder la visión original del ideólogo. Pero, vamos a ocuparnos del último Director Ejecutivo de esta legendaria compañía que, como se decía en el Principio y en El Principito, se ha puesto el nombre de Francisco para «domesticarse», es decir, hacerse «domus» (casa en latin) y, por ende, ser la cúpula, don y mayordomo de la Iglesia.
Su innovación disruptiva pasa por predicar con el ejemplo que, como bien es sabido, es la mejor forma de mandar y obedecer. Su camino va desde el Origen a la realidad, del pesebre al Twitter y desde su obligado coche oficial hasta lo escondido. Su figura se ha convertido en sí misma en un «mass media», todo lo que hace está mediatizado, algo similar al marketing personal de Richard Branson de Virgin, pero sin la pretensión de notoriedad ni búsqueda de la atención mediática.
El Papa Francisco no plantea una renovación social o política como lo hicieron algunos de sus antecesores, baste recordar a León XIII en su lucha por la clase obrera, la libertad y el bien común, sino que, fiel al mensaje original del Fundador, propone un proyecto radical: cambiar el Valle de Lágrimas por la Alegría del Evangelio, transformar «las costumbres, estilos, horarios, lenguaje y toda la estructura eclesial» para comunicar el bien a todos y soñar que cada miembro del equipo interioriza su misión para humanizar el mundo. Sus aspiraciones no se centran en una reforma de la Iglesia, el culto o la liturgia sino que su transformación radical emerge de la propia evolución de las personas que conforman la Comunidad católica y, por extensión, de todos los fieles cristianos.

Este Pontífice, que acaba de crear puentes con los ortodoxos, posee la i pequeña de la innovación hasta el punto de que una revista rockera como «Rolling Stone» le ha dedicado una portada con el título de la canción de Boh Dylan «The times they are a changin». Si leemos la edición original de la publicación redactada por su editor, Mark Binelli, habla de «evidente ruptura», «actitud más inclusiva», «separación con el pasado» o «investigaciones sobre corrupción» definiendo al Papa como «un hombre cuya humildad, empatía y, sobre todo, devoción por los pobres le hacen encajar perfectamente en los tiempos actuales». No obstante, el Papa Francisco ya fue portada de «New Yorker» y fue elegido por la revista «Time» como persona del año con numerosos seguidores entre la gente joven que «retuitean» sus citas como parte de la revolución tecnológica eclesial.
Es un hombre del Pueblo, que dirían los anglosajones, con capacidad para que la visión de la Iglesia Católica sea de 360 grados y romper con una estructura oxidada para dar paso a una Institución que se mueve y no renuncia al cambio, al progreso y a su propia evolución. Muestra una Iglesia en permanente «Jornada de Puertas Abiertas» con preguntas que rompen con el escepticismo: «¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales? ¿Por qué no tocar los bolsillos de los votos de pobreza de los sacerdotes? ¿Por qué las mujeres no pueden oficiar Misa y dar la Comunión?». Otro proyecto innovador que tiene en mente es la necesaria renovación de la Curia romana que, como bien es sabido, está formada por personas, con todas nuestras grandezas y miserias.
Su figura, sus «ideas fuerza» y forma de hacer son un modelo de Liderazgo e Innovación Social de la que muchos tenemos que aprehender. Es un caso de éxito sobre Innovación Humana, Organización, Marketing, Comunicación, Estrategia Política y, sobre todo, en lo relativo a Branding, Creatividad natural y Marca personal.
Con el obispo de Roma hemos dado, amigo Sancho, con él la Innovación está en el aire y nos encontramos con la iglesia escrita con minúscula, no a la institución, sino a la «iglesia del pueblo».
Gracias, Jorge, por ser nuestro Quijote.
Alberto Saavedra
Socio Director