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Nosfera Totus Tuus

Después de un siglo, la película Nosferatu, una sinfonía de horror, obra magistral del expresionismo alemán, sigue influyendo en el cine, la literatura, el arte e incluso en la política de nuestros días. Es la primera adaptación de «Drácula» y, aunque la productora de Murnau no tenía los derechos de la novela de Stoker, fallecido días años antes, cambiaron el nombre a los personajes para poder filmar aunque después perdieron la disputa cuando fueran denunciados por la viuda del escritor.

Aquel retrato de la Europa posterior a la I Guerra Mundial muestra a un Orlock repleto de barbarie que siembra el grano para labrar un continente lleno de populismos y que se enfrentará años más tarde al horror de sus propias acciones. Ahora, además de con un virus, también convivimos con pseudovampiros que utilizan la emoción más fuerte de la humanidad, como decía Lovecraft, para controlar a sus vecinos: EL MIEDO.

Unos lo hacen con la sana conciencia de que conspiran por el bienestar y cuidado de sus ciudadanos. Allanan sus hogares en la noche, obligan a los niños a abandonar su hogar y enfundados en un traje EPI, los obligan a subirse a los autobuses para viajar a los campos de confinamiento, al más puro estilo nazi,  donde viven en cubículos durante su cuarentena, bajo el más estrecho silencio administrativo de la comunidad internacional, recordando tiempos antiguos de cuyo nombre no quiero acordarme.

Otros, manejando la estrategia romana del «Divide y Vencerás» y con alma de zar del siglo XXI, crean un régimen a medida, un Estado híbrido entre la democracia formal y el control de las instituciones que les permite mostrar su fuerza imperial al mundo ya sea montando a caballo o sumergiéndose en agua helada el día de la Epifanía ortodoxa. Zares que sueñan con imposibles, con aquellos mundos bipolares de los de antes en los que el poder se fundamentaba en aquella sentencia del «dime el arsenal que tienes y te diré quien eres«.  

Los últimos tipos de Drácula, aquellos que les gustaría fichar el Club de la Comedia, se burlan desde su tribuna televisiva hablando de misiles y campos minados mientras su pueblo pasa hambre, sufre apagones y le falta el agua potable. Usan el miedo de cada persona a perder lo imprescindible para mantenerse en un poder sin credibilidad consiguiendo otros réditos colaterales: los descontentos frustrados salen del país hacia la tierra prometida española, a través del carnet de la patria controlan el acceso a alimentos a los que se portan bien y, ante la alineación de las carencias, las personas resuelven el día a día y son totalmente indiferentes a la clase política.

Estos vampiros modernos no son como los de antes. Aquellos Hitler, Mussolini, Stalin o Franco, por lo menos tenían el coraje de transmitir unos ideales, luchar en el frente y ganar una guerra. Ahora, usando el lenguaje empresarial, emplean un sutil marketing de guerrilla: se hacen cargo del sistema manipulando sus normas y lo convierten en un escudo que sólo contiene los restos del naufragio democrático. Lo hacen de forma sencilla e intachable: desacreditan al resto, socavan a la prensa libre y se inventan enemigos del pueblo para ganarse el favor de sus vecinos.

Cuando esos vecinos se dan cuenta de lo que pasa, ya es demasiado tarde y el supuesto líder, alzado por su narrativa falsa, convierte el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo en un sistema de protección del partido y de sus cómplices. Como nadie nace siendo un asesino sólo podemos justificarlo pensando que han crecido en un ambiente coercitivo y, cuando han llegado al poder, liberan todo el odio acumulado, así que la culpa no es suya, es de su padres que los vistieron con pantalones cortos cuando eran chicos.

Generación de abuelos que se arremangaron después de la otra Gran Guerra para crear una Organización Universal con un Consejo de Seguridad que se encargaría de velar por todas las democracias del mundo y con la única responsabilidad de protegerlas. Esas de las que habla la Unidad de Inteligencia de «The Economist»  y que revela que actualmente en el mundo existen sólo 23 territorios con democracias plenas. Por eso, a pesar de los pesares, debemos de estar orgullos del Sistema representativo que disfrutamos, aunque a algún diputado se le olvidé cuál es el botón correcto. 

Mientras dure la guerra, un hecho singular como titularía Amenábar, pero inevitablemente plural, y los vampiros tengan la posibilidad de pulsar el botón rojo, no es ningún secreto que los que más sufren los vulnerables y el precio no lo paga la industria armamentística sino los niños, las niñas y los niñes, que son reclutados sin excedente de cupo para defender las fronteras de la vida.

En la Roma clásica, existían tres maneras distintas de interpretar el poder: el “imperium” como poder absoluto propio, luego estaba la “potestas” que era el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza y, por último, existía la “auctoritas” que era un poder moral, basado en el reconocimiento, la dignidad y el prestigio de una persona.

Estos pseudo-líderes vencerán, porque tienen sobrada fuerza militar, pero no nos pueden convencer porque les falta la autoridad, la razón y el derecho. Mi recomendación, licencia que me otorgo por mi Matrícula de Honor en Derecho de los Conflictos Internaciones, es que se le otorgue a la Organización de Naciones Divididas una nueva función: después de cada acto de fuerza militar deben asignar a cada gobernante un esclavo, como se hacía con los generales romanos cuando terminaba victorioso una batalla, que les recite cada noche a los pies de su cama aquel «Respice post te, hominem te esse memento» (Mira hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre).

Al igual que aprendimos de Don Bosco como educar a los niños, para gobernar, hay que amar lo que se gobierna. Sólo bien gobierna quien ama a sus ciudadanos o aquel que, después de legislar fuera del bien común, es capaz de celebrar la pandemia con una de nuestras mejores cervezas gallegas

El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza.

Qué va, Qué va, yo no leo a Kierkegaard

«Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad«. Mijaíl Bakunin, Marx no le acabó de persuadir.

Alberto Saavedra at imita.es Chief Vissionary Officer

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