Amadeo I de Saboya, fue conocido como «el Rey Caballero» o «el Electo«, y es poco conocido por la cultura española porque ocupó el trono español durante un breve período de 2 años, desde 1871 hasta 1873. Su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política y social, las guerras carlistas y la fragmentación del panorama político (nada que ver con nuestra situación actual). Su llegada al trono se produjo tras la Revolución Gloriosa que destronó a Isabel II. Amadeo era hijo del rey Víctor Manuel II de Italia y era visto como una figura neutral y capaz de unir a las diferentes facciones políticas. Sin embargo, su reinado se vio envuelto en constantes dificultades.
Las guerras carlistas, que enfrentaban a los partidarios de Carlos VII con los defensores de la monarquía constitucional, supusieron un gran desafío para el nuevo rey. A esto se sumó la incapacidad de Amadeo para conectar con el pueblo español y la falta de apoyo de las principales figuras políticas le llevó a comunicar su partida a las Cortas mediante una carta igual a su breve reinado.
En la misiva en la que explicaba las causas de su marcha no dudó en cargar contra el pueblo y sus gobernantes: «Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles , todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien».
La frase de Amadeo de Saboya en su carta de renuncia refleja su profunda desilusión con la situación de España. El rey italiano, que había llegado al trono con la esperanza de traer estabilidad y progreso al país, se encontró con una realidad muy diferente: una nación dividida, plagada de conflictos políticos y sociales, y con una clase dirigente incapaz de resolver los problemas.
Por suerte, nada tienen que ver estos hechos con nuestra querida España que nos ha tocado sufrir en la que la necesidad se vuelve virtud y no podemos permitirnos el lujo de desprenderse de ningún político de valor descarriado.
Parafraseando a una letrada en funciones poíticas vamos a hacer un poco de Memoria Histórica de los últimos 49 años ofreciendo datos reales.
España en 1975 era la 10ª potencia mundial y los ciudadanos disponían por primera vez de soberanía total. Valga de ejemplo que cuando mis padres vinieron a trabajar a Madrid había un 3% de paro (trabajaba todo aquel que quería trabajar), nuestro piso lo pagaron en 7 años y se superaba la tasa de reemplazo de 2,8 hijos de media. El progreso por desgracia no lo marca la Inteligencia Artificial, hasta que tengamos avatares políticos que sean tecnócratas que persigan el bien común, sino los datos, datos y datos del 2024.
España se ha quedado fuera del ranking global de las 15 economías más importantes del mundo por la baja productividad y el escaso crecimiento de la población (1,1 hijos de media) que, obviamente, lastra el PIB dejando a nuestro país colonia satélite de la economía alemana. La deuda alcanza el 115% (aquí se evidencian las sabias palabras Margaret Thatcher, El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás) y andamos en un paro del 12% que nos permite invertir para tener una vivienda pagada en treinta o cuarenta años. Eso es el progreso real de una sociedad en la que lo único valioso son sus ciudadanos, siempre y cuando sean saludables.
Pero no es cuestión de ser imperialistas, ya tuvimos nuestro momento cuando el Sol no se ponía en nuestras tierras, en la siguiente década China ya será la primera potencia seguida de Estados Unidos e India (si no aparece Singapur por la derecha que está haciendo bien sus deberes) así que no tenemos que preocuparnos por nuestras haciendas que estarán protegidas por ese nuevo orden mundial.
Los que nos gobiernan si tiene de que preocuparse. Ellos son los herederos de los que en 1975, aquellos que ofrecieron a las juventudes española una Formación Profesional que les permitiera ejercer su labor de la mejor forma posible pero quizá se les olvidó hacer una especialización en el ejercicio del oficio de político. Como ciudadanos todo nos impregna y me duele que mi hija, inmersa de curiosidad vital, se convierta en una disidente de todo lo que tenga que ver con la política y un servidor, como aprendiz de empresario, no crea en un Estado que consolida, ratifica y legaliza las injusticias (no me refiero a las sociales sino a las morales).
- Renuncio a una Educación que con dogmas o prejuicios no sea para todos
- Renuncio a creer en Libre Competencia si hay barreras o privilegios clasistas
- Renuncio a esa mal llamada Libertad teñida de esclavitud, alineación y dominación
Yo, desde la libertad de la autoridad casera, me bato el cobre por intentar alimentar la inquietud de mi hija afirmando que el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe por qué sube el IPC, el precio de aceite de oliva virgen, no piensa en la especulación de las zapatillas de última generación y de los posibles remedios dependen de decisiones políticas.
Mi hija desconoce, como decía Bertol Brecht, que de su ignorancia política nace la prostituta exiliada, el violador excarcelado, el menor maltratado, la abuela vilipendiada y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, cafre y lacayo de las empresas multinacionales. No hay que olvidar que, cuando al político de turno se le acaben los mercados, tendrán que ir al Mercado de Abastos: a por la salud, a por la educación, a por las pensiones e incluso al mercado verde del medio ambiente. Sin embargo, existe una una sociedad capitalista que nos permite progresar y en la que la riqueza no aparece por la acumulación de mercancías sino por el PLUSVALOR.
Aquel que aparece cuando nos dejamos llevar por las normas morales o éticas que regían en el 1975, cuando vivíamos en un mundo en el que el Dios cristiano existía minuto a minuto, en el que cada acto de nuestra vida era un sacrificio para Dios, o para complacerle o para provocar su ira como decían algunos.
No es sólo una buena idea evangélica, sino la única esperanza de Justicia social, si aguantamos a nuestro políticos con resignación nuestra mansedumbre será recompensada en la otra vida.
“Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo». John F. Kennedy, político americano que no padecía el síndrome del impostor.
Alberto Saavedra CXO imita.es Chief Exponential Officer