Corría el año 1823 cuando el monarca Fernando VII concedió a la Casa Domecq un privilegio especial: llevar el Escudo real en sus marcas, haciendo democrático el viejo refrán de «a vino de oro, corona de oro». Su dueño, Pedro Domecq, recibió un encargo de un comerciante de Ámsterdam que le pidió «quinientas botas de aguardiente, sin límite ni precio«.
Para hacerse cargo de aquel pedido, el emprendedor jerezano amplio sus destilerías e invirtió en la técnicas más avanzadas de la época dotando a la Bodega de la Luz de los mejores alambiques flamencos. El proceso costo una fortuna y el cliente no pudo pagar el precio final de las botas de aguardiente por la que éstas quedaron almacenadas en las barricas de vino de jerez.
La Innovación de la casualidad les hizo tomar el color oscuro de los pigmentos del roble y se ennoblecieron con los aromas del vino por lo que los bodegueros decidieron degustar aquella quintaesencia. En la cata, Don Pedro comprendió que aquel licor de color oro viejo y ricos matices vinosos era un gran producto y aprovechó la oportunidad para comercializarlo. Para ello trajo nuevos alambiques y maquinaria inglesa y, sin saberlo, había creado el primer brandy español de la Historia que denominó «FUNDADOR«.
Los fundadores no suelen tener motivos racionales para crear una empresa, un producto o un servicio, pero transpiran una emoción detrás de cada emprendimiento: la pasión por cambiar el mundo. Si analizamos las empresas tecnológicas de Silicon Valley, tanto las que tienen mayor solera como las más recientes, han labrado su reputación por sus ideas de negocio pero también por el carisma de sus fundadores: Gates, Zuckerberg, Bezos, Page o Jobs, las personas que han moldeado la visión del negocio para ir adaptándose a la tarima del mercado.
El fundador es el alma de la compañía, la mirada de la visión, el consejero de la innovación corporativa. Vivimos una era en la que los nuevos modelos americanos nos llevan a poner en nuestra tarjeta de visita el término CEO (Chief Executive Officer), palabra que la Real Academia Española de la Lengua, junto a la Fundación del Español Urgente, desaconseja en español para referirse al director ejecutivo de una empresa.
A mi entender son términos independientes: el fundador es el visionario, el que es capaz de observar con detenimiento el mercado y crear las oportunidades para enamorar al resto del equipo. El Director Ejecutivo lo que hace es transformar la idea en realidad en el día a día empresarial. Por ese motivo, grandes empresas como Google o nuestro buque insignia Inditex han contratado CEOs profesionales para poder adaptar las compañías a la economía digital con creatividad, flexibilidad y liderazgo.
Nunca es un buen momento para hacer levitar una idea. Las condiciones nunca son perfectas y las estrellas nunca se alinearán. Los verdaderos fundadores son los que creen en la teoría del vaso medio lleno y son capaces de hacer maravillas con la gota de más del vaso. Son los que se desvían del plan estratégico con el que trabaja nuestra mente y sigue los designios del corazón.
Es imposible vencer a alguien que nunca se rinde.
“Sé innegablemente bueno. Ningún esfuerzo de marketing o palabra en redes sociales puede ser un sustituto para eso” – Anthony Volodkin, fundador de HyperMachine.
Alberto Saavedra