Desde la Ciencia, siempre se ha declarado a los delfines como las criaturas más inteligentes del mundo después de los humanos, por lo que los científicos sugieren que se les trate como «personas no humanas«. De hecho, hace unos años, un estudio de la City University of New York, demostró que pueden reconocerse en un espejo, tienen una excelente memoria y pueden diferenciar los objetos que contemplan sus ojos.
Este año, investigadores de la Universidad de París, han presentado sus conclusiones sobre lo que les hace felices a los delfines en cautividad. El ensayo se ha realizado con tres modos de trabajo: en el primero les dejaban solos para hacer lo que querían, en el segundo agregaban juguetes a la piscina y, en el tercero, jugaban con un entrenador humano. Lo sorprendente de los resultados es que, al igual que nosotros, los delfines obtienen la felicidad de las relaciones que fomentan, incluso aquellas con los humanos.
Dentro de un par de años, gracias a un proyecto sueco basado en Inteligencia Artificial, podremos «descifrar» las conversaciones que tienen estos animales e incluso comunicarnos con ellos. Por suerte para ambas especies, ese sueño de ciencia ficción de las películas de crear una inteligencia superior o similar a la nuestra, se encuentra muy lejano. De momento, sólo tenemos que dejarnos complementar por las máquinas. Nosotros somos los que estamos programados para la creatividad. Las personas sociales y creativas, además de ser el motor de la innovación, son calidad de vida para los que les rodean. Resulta muy sencillo diferenciar a estos profesionales: todos aman lo que hacen.
El psicólogo Csikszentmihalyi lo definió con su concepto: Flow. Es el estado de conciencia que experimentamos cuando nos encontramos completamente absortos en aquello que estamos haciendo y, de ese modo, ofrecemos a la empresa lo mejor de nuestras destrezas y habilidades. Cuando fluimos, llegamos a lo que los teóricos definen como «experiencia óptima» y podemos crear algo nuevo. Ese fluir, para la psicología positiva, es la piedra angular de la felicidad.
El profesional creativo se olvida de su ego y disfruta plenamente de lo que hace logrando la armonía entre la tarea y su habilidad para desempeñarla, ya sea de forma innata o adquirida. Es ese «mindfulness corporativo» que nos permite disfrutar volando. No he encontrado en toda mi carrera académica un lugar en el que se imparta la felicidad como materia.
Si queremos criar y educar niños felices no les podemos meter en su cartera la Agenda de un Ministro. Nuestra Escuela falla al no saber apreciar la belleza de la Ciencia o escuchar la música de las Matemáticas. No nos sirve de nada saber «Social Science» sino lo podemos aplicar en la aventura de nuestra vida.
Los delfines son felices porque sus entrenadores siguen la crianza al «estilo holandés» que, a pesar de tener fama de ser un país liberal al sexo y las drogas, su vida gira en torno al hogar y las relaciones sociales. Son pura inspiración: marinan el desayuno en familia con hagelslag (virutas de chocolate), los niños van solos en bicicleta al colegio, tienen libertad académica en la escuela primaria sin deberes ni exámenes y tienen a su mejor Coach, su papá, en la puerta del colegio ya que el gobierno, con muy buen criterio, les impone «días sin paga».
Los holandeses eligen tiempo a cambio de dinero, ponen lo práctico por encima de lo lujoso, regresan al origen de las necesidades. Como dice Enrique Rojas, la felicidad consiste en moderar las expectativas: el delfín es feliz sólo con otear en el horizonte de la piscina la llegada de su entrenador.
No necesitamos profesores que nos enseñen Filosofía, ni Maestros cuyo saber no viene en los libros. Nuestra sociedad necesita lecciones de vida, esas olvidadas vidas de santos que nos acercan a una Inteligencia Superior.
«Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una». Voltaire.
Alberto Saavedra