A lo largo de la Historia, el poder ha hecho cosas raras con los hombres. Algunos construyen civilizaciones. Otros construyen muros. Y luego están los que construyen casinos con su cara en el letrero. Desde Nabucodonosor II, que soñaba en cuneiforme y ladrillo hasta Luis XIV que se creía el sol y terminó fundando Versalles como plató de reality show barroco… La humanidad siempre ha tenido un hueco reservado para acoger a un nuevo «loco peligroso» que, desde su blanca mansión, mezcla la megalomanía de los negocios y la estrategia geopolítica creando aranceles imaginarios, tuits incendiarios y discursos que parecen escritos por el guionista de un villano de Marvel con jetlag.

A los que hemos crecido en los 80 nos viene a la memoria Regreso al Futuro II, película de culto en la que los guionistas imaginaron un futuro distópico donde un abusón de instituto (Biff) hereda poder, dinero y casinos… y convierte Hill Valley en un «Las Vegas apocalíptico«. Bob Gale, guionista de la saga, reconoció años después que para crear a ese Biff multimillonario y desatado se inspiró literalmente en Donald Trump para mostrar en la película lo que pasa cuando un «matón de instituto hereda dinero y poder sin control«, ficción y realidad de la mano de nuevo.
Lo de Trump no es sólo política, es Estilo, es Cosmética, es Metaverso. Es la versión proteccionista del almanaque siendo la guerra comercial su deporte olímpico. Su visión del comercio internacional recuerda a las reglas de Biff en el casino: «O juegas bajo mis normas… o te arruino«. No hay que juzagarle ya que Trump es un producto de su tiempo de Wall Street pero alguien debería pararle los pies porque su política de aranceles podría tener efectos devastadores sobre la economía global aunque parece que tienen todo controlado y premeditado.
En el Instituto de Secundaria planetario en el que vivimos, todo lo que no sea conseguir el «America First» es porque «los demás me tienen manía» pero eso sí, a sus amigos empresarios, les han subido las notas busrátiles tras «RECULAR» al cambiar los «kisses» por «hugs», los besos por abrazos, los aranceles por el modo pausa.
Trump no inventó el proteccionismo, pero lo ha convertido en un género propio: el Western arancelario. Y hace suyo, sin saberlo, claro, el refrán más castellano de todos: «Arrieros somos y en el camino nos encontraremos» con una estrategia fácil de entender si hemos jugado al Monopoly con nuestro cuñado

Si tú ganas, ganaste.
Si tú pierdes, el juego está trucado.
Si alguien más gana, hay que cambiar las reglas.
Con esta filosofía, lanzó su cruzada de aranceles a China, a Europa, a México… y, si le dejan carta blanca, manda a su leal escudero, otras fabricante del Delorean eléctrico, a poner aranceles a Marte en un nuevo viaje en el tiempo.
Pero si hablamos de Innovación no podemos quitarles méritos, han creado una nueva Americapedia del Siglo XXI de los negocios: un arancel es un disfraz elegante de «no quiero que juegues en mi patio», pero en versión Excel, El libre comercio es un concepto antiguo, casi mitológico, como los dinosaurios o la neutralidad en Twitter y Elon Musk es el colega que un día trae churros, otro te quiere vender criptomonedas y al siguiente está creando una máquina del tiempo en un garaje como Doc.
El problema radica en que, mientras Marty McFly navegaba por las complejidades temporales del espacio-tiempo, nosotros enfrentamos un entorno donde la entropia gana y los mercados colisionan. Es esencial discernir entre las influencias que buscan preservar el statu quo y aquellas que impulsan el cambio positivo, el progreso, el cambio. La Historia, tanto ficticia como real, nos enseña que el futuro se forja con las decisiones del presente y, si no son buenas, nos condenan al abismo.
Pero aunque estos «locos despeinados» nos lleven al borde del barranco, no perdamos la Esperanza. Todavía quedan líderes en búsqueda del bien común como el alcalde de la ciudad italiana de Villasanta que ha creado por fin un entorno donde el expertise de Trump de muros, ladrillos y promesas que no se cumplen puede brillar sin dañar la economía global.
Villasanta está fichando jubilados voluntarios para supervisar obras públicas. Le darán un chaleco reflectante, una gorra, un megáfono, una silla plegable… será el trabajo de sus sueños para reforzar su ego: decirle a todo el mundo lo que está mal hecho.
En ese pequeño rincón de Italia, donde la sabiduría popular vale más que un MBA, han entendido algo que a muchos se les escapa: que a veces, para que las cosas salgan bien, no hace falta Inteligencia Artificial. Hace falta Inteligencia Natural. Que no siempre se necesitan algoritmos, a veces sólo se necesitan jubilados con tiempo, paciencia y experiencia para vigilar que los dueños del cortijo no limiten nuestra libertad con barreras arancelarias.

Como diría un tal Plex, youtuber de oficio de origen zamorano al que tengo el placer de tener de banda sonora en casa mientras escribo estas letras, tal vez el futuro no se construya solo con tecnología, blockchain o metaversos… ni startups ni fondos de inversión.
Tal vez el futuro se construya con alguien sentado en una silla plegable diciendo: «Ese muro está pidiendo a gritos caerse” y que vigilen a todos los Biffs del mundo para que no se queden solos manejando el almanaque y la hormigonera.
Como nos dejó dicho Edmund Burke, para que el mal triunfe, solo se necesita que los buenos no hagan nada.
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres impíos galileos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los nuestros; recibiéndolos en sus ágapes, los han atraído, como hacen los niños, con pasteles», Don Quijote a su fiel escudero, imaginados por Don Miguel C. y Saavedra.
Alberto Saavedra CXO imita.es Chief Exponential Officer