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Poncio Pilato fue enviado a Judea por el emperador Tiberio como procurador y llevó los estandartes que reproducían al César lo que produjo un gran tumulto entre los judíos al ver sus leyes profanadas. Un gran número de gentes del campo acudieron allí ante la indignación que ese engaño había provocado entre los ciudadanos de Jerusalén. Le pidieron a Pilato que sacara las efigies de la ciudad, a lo que Poncio se negó por lo que los judíos se tendieron en el suelo boca abajo alrededor de su casa sin moverse durante cinco días y cinco noches, hecho que provocó la retirada de los estandartes.

Este personaje es universalmente conocido porque, según el Evangelio de Mateo, fue el hombre que se lavó las manos antes de empujar a Jesucristo a morir en la cruz pero también fue un político que intentó romanizar Palestina poniendo los medios que necesitaba el mundo rural, por ejemplo el mayor acueducto de la época, de cinco kilómetros. La única salvedad es que lo financió con el dinero del Tesoro Sagrado de los judíos lo que provocó una nueva insurrección, motín que el buen procurador romano ya tenía prevista y que disolvió con una masa de soldados vestidos de calle ocasionando una nueva matanza entre los miembros de la revuelta, parando a palazos la sedición.

La Historia nos revela que siempre ha habido Herodes que traen la prosperidad a golpe de cuchillo, no sólo los de nuestro siglo, que sitúan a Putin el Grande detrás de la salvaje orden de ejecutar a los inocentes ucranianos de una maternidad mientras los medios rusos le presentan como el responsable del esplendor económico durante su «reinado». Mientras tanto ya hay muchos millones de padres de esta nueva raza judía del siglo XXI que se les ha aparecido en sueño un ángel y les ha dicho: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para acabar con él.

La terrible diferencia es que estos «SanJosés de Ucrania» se tienen que quedar en su tierra prometida haciendo verdad las palabras de Mao Tse Tung sobre el poder del fusil para defender sus casas, a los abuelos y soñar con que en el futuro, en la paz, serán sus hijos los que les lleven a la tumba y no viceversa.

El efecto colateral es que los Pilatos europeos se han dejado llevar por lo que los monjes medievales llamaban acedía: ante la inflación que afecta a todos los sectores de nuestra sociedad permiten que las familias inviertan el ahorro pandémico para paliar los efectos del desembarco ruso de Ucrania.

Si el Estado fuera una empresa, un buen gestor sólo se lava las manos por la pandemia y busca entre las provisiones de años anteriores como subsidiar el consumo energético de los hogares, usa el Tesoro Sagrado Europeo para transformación digital para paliar las pérdidas del mundo rural o invierte los dineros de la Igualdad para luchar contra la injusticia del modelo energético global.

En una empresa, una de las máximas emprendedoras que se debería poner en práctica cuanto antes en España (y no esperar a que nos lo den masticado desde Bruselas), es eliminar todas las dependencias con el exterior para que, por ejemplo, podamos poner a producir todas las tierras que llevan años en barbecho, y no me refiero sólo al problema del granero ucraniano.

Como consecuencia de la Gran Guerra desaparecieron los imperios alemán, austrohúngaro; otomano y ruso, por la Revolución rusa que tuvo lugar en 1917 y vino la Gran Depresión, un período hiperinflacionario combinado con los esfuerzos de Europa por marginar a Alemania pero que pronto acentúo la necesidad de devolverle el prestigio a los germanos.

En este nuevo desorden mundial, es a Rusia a la que le resultará difícil volver a establecer lazos económicos con Occidente lo que será una barrera para la recuperación post-pandémica pero, cómo dicen nuestros neutrales vecinos chinos, en cada crisis profunda reside una oportunidad. En este caso será la unión entre el resto de los países para pasar de la inacción de este último mes a emprender las acciones oportunas para paliar los riesgos económicos a largo plazo como lo hicimos al terminar la Segunda Guerra Mundial

Confiemos en que no hay guerra que cien años dure y que, parafraseando a Ana Frank, llegará un día en que termine esta horrible pesadilla para que en Ucrania todos vuelvan a ser personas como los demás, no solamente ucranianos marcados con la letra escarlata rusa. 

Ahora, el nuevo reto del milenio que debemos afrontar es que nuestros hijos hereden sólo nuestras esperanzas, no nuestros horrores, para que puedan dormir sin miedo y puedan beber el agua que llevan los Acueductos de la Paz.

«No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la Cuarta Guerra Mundial: palos y mazas». Albert Einstein

Alberto Saavedra at imita.es Chief Vissionary Officer

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