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Mentes mediocres

Decía el cineasta francés Robert Hossein lo siguiente: «yo estaba tranquilo en mi mediocridad hasta que me resultó insorportable». Eso sucede en las empresas, los procesos de no-cambiar, carecer de sueños y contentarse con el «status quo», son el enemigo con el que pernoctan. El mundo globalizado, saca del terreno de juego a este tipo de empresas que caen en la tentación de la rutina que supone quedarnos en nuestra zona de confort.
La Innovación nos aleja de la mediocridad. Permanecer igual, sin cambio, es un camino sin retorno para la empresa, ya que se encuentra a mitad de distancia del éxito pero también del fracaso. Si queremos caminar hacia el crecimiento, tenemos que innovar pues la mediocridad no deja de ser tan sólo una excusa para hacer menos de lo que somos capaces de hacer.
La Innovación hace despertar a las empresas de su letargo, las escribe con tipografía Mayúscula, enciende la alerta del talento humano e ilumina el ingenio de sus intangibles. Las empresas tenemos que poseer siempre el espíritu de emprendimiento que nos hizo nacer pues, de otro modo, comenzaremos a padecer los síntomas de la peor enfermedad mercantil: la desidia.
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No es más Innovador el que no tiene miedo al cambio, ni el valiente que no duda al embarcarse en nuevos proyectos, aun siendo consciente del riesgo, sino el que es capaz de buscar los mejores canales de renovación. El profesional innovador tiene que encontrar la justa medida entre cada uno de los vértices de la innovación a sabiendas que, como sucede con la Justicia, nunca podemos poner en «stand-by» nuestro esfuerzo para alcanzar la utopía del sendero de la Innovación.
Si nos retrotraemos a la teoría del empresario innovador creada en el siglo XX por Joseph H. Shumpeter, ésta se centró en la visión del empresario como emprendedor, ya que lo consideraba el principal promotor de las empresas capitalistas. Su planteamiento lo podemos extrapolar a las pymes españolas del siguiente modo: si se encuentran en una situación de equilibrio, remuneran todos los factores productivos y, además, obtienen un beneficio «normal» derivado de su actividad.
¿Cómo romper con dicho equilibro? Gracias a la Innovación. Ésta nos genera unas rentas extraordinarias (por encima de lo normal para una empresa tipo) hasta que volvemos a una nueva situación de equilibrio y nos tenemos que volver a reinventar. Así, cuando una empresa como imita, desarrolla un producto novedoso, por ejemplo nuestro «Taller de creatividad para Pymes«,  obtiene grandes beneficios durante un tiempo que concluye cuando los competidores nos copien y volvamos a un beneficio normal. Es el ciclo mercantil habitual pero básico y necesario para el avance tecnológico: invención, innovación e imitación.

 

En mi humilde opinión, el empresario tiene que poseer tres cualidades: ser innovador, ser un buen líder y ser un buen estratega. De este modo, cubrimos las tres vertientes de la Innovación: la técnica (productos, procesos, servicios), la Gestión de la empresa y, el Liderazgo, esas cualidades que le permiten ejercer como Coach del cambio. Este perfil innovador es algo muy estratégico, que requiere un alto grado de compromiso personal, inversión (no gasto) y perseverancia en el tiempo.

El Directivo del siglo XXI tiene que darse cuenta de que, cuanto más tarde en modelar la estrategia innovadora, más invisible se hará su empresa. Todos hemos conocido ese tipo de directivos que además poseen una incapacidad manifiesta e incompetencia en el reconocimiento de la valía personal de su equipo, sobre todo en las grandes corporaciones, donde los criterios de promoción de la misma no giran en torno a logros y resultados sino que dependen de ideologías y política. Son líderes tóxicos que ganan con lo que no se debe hacer, personas incapaces de entender que el talento innovador de los miembros de su compañía, es parte de su «branding corporativo«.
Obviamente, si queremos contagiar el virus de la innovación, lo más eficaz es el ejemplo. El buen directivo debe ser mentor de su equipo y transmitir los valores para que el liderazgo innovador sea compartido. Como dinamizador del cambio, debe atreverse a incluir en las actividades diarias políticas que otorguen autonomía y libertad a los equipos, fomentar las alianzas estratégicas y motivar, apoyar y reconocer las ideas y acciones innovadoras.
dilbertPersonalmente, no creo en las máximas anglosajonas que premian o validan a los malos directivos, como el Principio de Peter que proclama que “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia” o el caricaturesco profesional Dilbert que exhorta que, «Con el tiempo, todo puesto de una jerarquía tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”.

Siendo optimista, estimo que, a medio plazo, podemos superar en España la fase que exponía Darwin en sus teorías de selección natural: ”La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento”. El problema actual es que seguimos siendo muchos «hombres-masa», como postulaba Ortega y Gasset, que no valoramos lo que somos y preferimos, no innovar, ser uno más, ser idéntico a todo el mundo.

En estrategia empresarial, lo que es caro a medio y largo plazo, es ser mediocre. Si queremos ser mejores profesionales, tenemos que sembrar nuestra impronta innovadora en la compañía y creer, con pasión, que podemos resolver los problemas complejos con soluciones sencillas. Ser visionarios para adelantarnos a los nuevos escenarios y prepararnos ante el futuro con equipos formados por personas creativas que conviertan cada empresa en  única e irrepetible.

Luchemos para que la mediocridad no triunfe en nuestra sociedad ya que nos produce mucho daño, tanto a nivel empresarial, como político y social. Saquemos brillo a las personas brillantes y eso, en muchas ocasiones, requiere de valentía por parte del directivo. Este valor se auspicia en el paraguas de un liderazgo positivo que se manifieste en palabras y acciones que valoren los esfuerzos de innovación y eliminen las barreras que impidan o anulen la creatividad.

Necesitamos empresarios que rechacen el discurso de que «si mi personal está mejor formado y es más creativo, se irá a la competencia». Decía Unamuno que  «Sólo el necio confunde valor con precio». El Directivo innovador huye de la mentalidad del “cuánto me cuesta” y piensa en el  “cuánto me genera”, es decir, cree en el valor de las personas.

 

imita«Los grandes espíritus siempre han tenido que luchar contra la oposición feroz de mentes mediocres».”  Pablo Neruda.

                                  

Alberto Saavedra
 Socio Director

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