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En la Antigüedad, las leyes eran sagradas porque eran los mismos dioses quienes dictaban las leyes a cumplir por los hombres y los reyes, como Hammurabi, escribían sobre columnas de piedra lo dictado por el Dios Sol, los códigos penales y civil que regían los destinos de la Humanidad. La normas tenía un marco simple: quien cometía un delito era sancionado con un castigo similar al daño ocasionado, por ejemplo, si un hombre o una mujer destruía el hueso a otro hombre o mujer, se le rompería un hueso a él.

Este código, a los «civilizados» de 37 siglos después nos puede parecer brutal pero. en su momento. fue una clara innovación ya que establece un principio básico para constreñir la sociedad y mantener la convivencia: la proporcionalidad de la venganza, es decir, la relación entre la agresión que sufrimos y la respuesta que damos. Supuso en su época y, en las venideras, una forma muy eficaz de contención contra la venganza sin límite y es de reseñar que el rey babilónico tuvo otro brillante destello de innovación: quitó el poder de administrar justicia a los sacerdotes y se lo otorgó a los funcionarios de su Reino, garantía real de la independencia jurídica.

El humano, como ser social, al igual que nos sucede en imita con la innovación, necesita unos límites para poder convivir y no se puede renovar todo de un golpe por lo que la novedad, según reza en cualquier Constitución, pueden sacrificar derechos fundamentales que ya estaban amparados previamente por el ordenamiento. Sin embargo, potestades como la de indultar necesitan desarrollar un «novum» y quizá, sin volver a la creación de un Ministerio de Gracia y Justicia como en la ley que todavía nos rige del 1870, si sería conveniente crear en este Ministerio un departamento de Innovación, al igual que ha sucedido con otras entidades como el Banco de España, la CNMV o la Dirección General de Seguros que tengan libertad para, lejos de condicionamientos políticos, tomar las mejores decisiones para el fomento del bienestar de los ciudadanos. No solo sanciones, incidencias o penas, sino también soluciones.

La Innovación de la Administración Pública no se puede reducir sólo a poner una tasa tributaria especial a las tecnológicas para sufragar el sobrecoste de las vacunas sino que, al igual que redactan y sueñan las leyes que rigen al Estado, tiene EL DEBER de Innovar en nuestras normas porque el verdadero riesgo de las Políticas Públicas radica en no innovar. Hay problemas políticos como los indultos y procesos independentistas que, bien aprovechados, pueden hacer Historia. Son esos momentos cumbre en la vida de un pueblo donde, dejando a un lado los saboteadores democráticos, se produce la catarsis necesaria para la regeneración democrática, la transformación social y la refundación de los valores que nos hacen libres. 

Como decían Los Rodríguez, la soberanía del pueblo se fundamenta en vivir «sin documentos» pero la seguridad nos la da el saber existe un ente intangible que le pone límite al poder del Estado, de un partido político o de un gobernante autonómico. Es así cuando podemos afirmar, sin miedo, aquello de que con la Constitución no se juega. Es un bien contingente la necesidad inmediata de que ese intangible mute para llegar a dar respuesta a todas las demandas de la obsolescencia del  «café para todos». Este anhelo de reforma que todos sentimos no se puede emprender con los falsos mitos de la reforma y la contrarreforma, si no que se tiene que abordar desde la unidad, el consenso y la compasión.

Aristóteles ya escribió que el alma humana se purga por el temor y  la compasión que evoca la tragedia. Por eso es un pensamiento aterrador que, en medio de una pandemia, los políticos cumplan el deseo más profundo del alma por medio de la tragedia de la venganza, en una catarsis limpia y sin efectos secundarios. Lo natural no es el indulto. En lo social, en lo emocional y en la vida, lo importante es pedir perdón, tener compasión y cerrar el ciclo con un eterno agradecimiento. Con la venganza del Don Mendo de turno no solucionamos el problema.

Necesitamos una «PEPA reformada«, contra reformada o, simplemente mutada como la COVID. Hay que construir un nuevo puente como el de la «Constitución 1812» que une Cádiz, la «tacita de café para todos» y Puerto Real, donde vive el que firma los indultos. El puente tiene que tener tres estructuras: viaducto de comunicación, el viaducto atirantado y el de acceso al bien común, sin olvidar, por supuesto, un tramo desmontable y adaptable a las necesidades del momento.

En este momento, las condiciones tácitas de todo indulto son las mismas que en 1870: Que no cause perjuicio a tercera persona o no lastime sus derechos y que el penado haya de obtener, antes de gozar de la gracia, el perdón de la parte ofendida, cuando el delito por el que hubiese sido condenado fuere de los que solamente se persiguen a instancia de parte.

Indultar o no indultar, esa no es la cuestión. Aprendamos de este mortal coronavirus que nos ha hecho impunes y de la gracia de las Vacunas que nos hará inmunes.

El referéndum es el arrepentido que solicita el indulto, el Perdón es la Vacuna frente a la falta de la convivencia y la gracia es el agradecimiento continuo que nos permitirá construir un futuro en común.

Sólo hay un camino para esta desescalada y tiene tres fases: Por favor, Perdón y Gracias. 

“La verdad no se encuentra en un sueño, sino en muchos sueños», las mil y una noches sin miedo a lo sagrado, a los sueños y a los sentimientos.

Alberto Saavedra at imita.es Chief Vissionary Officer

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