Como sucede con las personas, en la Naturaleza hay metales nobles y otros que, por su forma de actuar en el mundo, no se comportan como tales. A un alquimista de Hamburgo, con nombre de marca personal, Brand, se le ocurrió en el siglo XVII que, ya que dichos metales no se podían convertir en oro o en diamantes, se podrían transformar en plata.
Para conseguir aquel bello propósito, recopiló durante años orines humanos dejándolos reposar, cual Ribera del Duero de Reserva, durante varias semanas. Al calentar la mezcla a elevadas temperaturas, el vapor dejaba una sorprendente sustancia que brillaba en la oscuridad y era muy inflamable.
Como la Innovación es un trabajo en equipo, un siglo más tarde, Scheele consiguió la misma sustancia a partir de huesos calcinados. Pero fue en el siglo XIX cuando una farmacéutica caminante, John Walker, por casualidad, mojó la sustancia con un palito y, al rascarla con el suelo, descubrió que encendía y prendía. En ese momento nació la cerilla de fricción, a partir del fósforo que ya existía en la naturaleza, con lo que se abría un nuevo avance en la Historia de la Humanidad con la posibilidad de obtener fuego fácilmente.
Los mismos sesgos de innovación encontramos en nuestra preciosa piedra arenisca de Villamayor, de la que salieron los sillares para levantar las catedrales o la Universidad de Salamanca. Los antiguos canteros descubrieron que en aquellos años la arenisca no salía a cielo abierto, como ahora, sino que se extraía de forma invisible y bajo tierra.
Si nos volvemos del terruño, algo que nunca debimos olvidar, descubrimos que la innovación está en el mercado central cuando inventamos nuestro sistema métrico decimal y pedimos una cantidad de carne cuyo peso son 375 g (cuarto y mitad), si le ponemos a un pueblo avulense el nombre de Aveinte por ser lo que dista de Ávila (aunque haya que ir a 50) o cuando visitamos un pueblo salmantino que nos desea que Dios nos guarde.
Al final, todos los que luchamos por un «puñado de ideas», como sugiere el investigador americano Steven Johnson, estamos evolucionando hacia una mente disruptiva que nos permite originar las mejores innovaciones.
Uno de los patrones posibles para ello, es conectar nuestra idea con la mayor cantidad de puertas posibles, es decir, convertirla en giratoria como hacen nuestros políticos. Cuando se inventaron las incubadoras para bebés, bajó la mortalidad hasta la mitad simplemente por el hecho de compartir espacio los niños que luchaban por su supervivencia. Por ese motivo, el networking y las redes líquidas abren colisiones que dan fruto a ideas únicas.
En otros casos, como en la teoría de la evolución y selección natural de Charles Darwin, la paciencia y la contemplación le llevaron a la intuición final cuando reunió todas las notas de su cuaderno estableciendo las conexiones necesarias. En otros supuestos y ocasiones, sin planificación previa, la innovación nace de pura suerte, como sucede en el caso de los SMS de la telefónica móvil o de un error, como sucedió en el caso del post-it de 3M.
En imita no somos visionarios ni pretendemos adelantar el futuro pero nuestro momento presente nos lleva a predecir que las organizaciones de éxito dependerán de su capacidad de innovación y saber formalizar bien los procedimientos de gestión del cambio y transformación digital en los que la cultura innovadora se transmita a todas las áreas de la compañía.
Obviamente, la mayoría de las empresas no pueden costearse una innovación disruptiva pero sí un cambio proactivo, una lucha constante contra las resistencias y romper así, de forma radical, con el sistema inmunológico. Esto les permitirá eliminar esa amenaza que supone querer permanecer en el aura de su status quo.
Como nos proponen en las películas americanas de ciencia ficción, no se puede luchar contra lo que no se ve, así que la mejor solución en estos casos es la innovación invisible, aquella que no se ve, aquellos microcambios que generan cambios culturales, al igual que el cantero de Villamayor oraba la roca arenisca, esa labor a modo de cerilla que queda desapercibida. Es esa innovación que no sale en el CincoDias, esa microinnovación o inovación amateur que nace en la frontera de los departamentos, en los márgenes de las inversiones y no espera reconocimientos. Esa innovación que es la suma de pequeñas innovaciones, del trabajo continuo, de pequeñas historias que conducen a grandes cambios.
Para conseguirlo, tenemos que aprender a gestionar lo que no se ve, aprender a gestionar, en la Sociedad del Conocimiento, nuestra propia ignorancia. En imita proponemos a nuestros clientes buscar tierras nuevas desde la humildad de aprender a ver la vieja tierra con ojos nuevos para obtener verdaderos descubrimientos y, de ese modo, desarrollar e invertir en una cultura de innovacion intraempresa.
En las Pymes, y sobre todo en las familiares, hay que reinterpretar la innovación como un proceso de aprendizaje invisible que proyecte a los Directivos hacia su entorno, tal y como lo han hecho los indios. Sintetizo las enseñanzas del profesor de Mercadotecnia de la Escuela de Negocios de Londres Nirmalya Kumar:
1. Cambiar la mano de obra por «mente de obra», transformar las fábricas en Centros de búsqueda de talento.
2. Subcontratación de la Innovación a empresas que dupliquen la creatividad y minimicen los costes.
3. Innovar en los procesos productivos y crear Espacios de Innovación para potenciar el aprendizaje invisible.
Si analizamos la Historia empresarial e industrial de la España contemporánea, cabe destacar que los fósforos de los que hablábamos al comienzo de este artículo, fueron uno de los monopolios del Estado Español, desde 1892 hasta 1956. Después, este monopolio estuvo arrendado a la iniciativa privada y, en concreto, a una empresa de carácter familiar, el Grupo Fierro que, para los que trabajamos en innovación, es un referente por su temprana internacionalización y expansión con la destacada importancia del capital social para su crecimiento.
Por lo tanto, es necesaria la implicación de la Administración Pública para incentivar el concepto de innovación invisible en las pymes familiares. Éstas no vinculan grandes partidas presupuestarias al I+D pero sí dedican recursos a los conocimientos intangibles y esos procedimientos de mejora continua generados a través de estructuras informales.
En imita no tratamos de imaginar un sistema complejo, ni una idea feliz que cambie el curso del planeta. Apoyamos a las pymes para generar valor a sus clientes desde la simplicidad de satisfacer sus necesidades básicas y diarias. La filosofía de trabajo es convencernos de que podemos llegar a ser para nuestros clientes un referente de empresa que no sabe fallarles, como rezaba el slogan de BIC, ocupando un lugar privilegiado en nuestro segmento de mercado y convertirnos en toda una institución cuando se habla de nuestros productos y servicios.
Por cierto, Victor Bich, además de su bolígrafo de chorro de tinta, años más tarde, tuvo otras dos extraordinarias ideas comerciales: el encendedor de gas (El fuego de 3000 cerillas ) y la máquina de afeitar desechable, creados a partir de en un sólo concepto. Su nieto Gonzalve sigue trabajando con su misma impronta y afirma que, para perdurar en un mercado donde tomar notas en papel se ha vuelto una actividad menos frecuente, la innovación, lejos de ser una amenaza, se ha convertido en una oportunidad para renovarse y no morir. Por ejemplo, para celebrar el final del año 2012, BIC sacó una colección de encendedores con singular estilo causando sensación.
La innovación en nuestra pyme la tenemos que entender como una cajita de música. No tenemos que programar grandes artefactos que incluyan violines o pianos automatizados pero tenemos que lograr que las notas de los miembros de nuestro equipo, estén sincronizadas. Hay una premisa de innovación que no debemos olvidar nunca: si vivimos en un ambiente libre para la innovación, el mismo fósforo que nos sirve para prender la barbacoa, nos servirá para iluminar nuestra casa si nos cortan la luz.
«Sólo aquellos que pueden ver lo invisible pueden alcanzar lo imposible«
Alberto Saavedra
Socio Director