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De Madrid al Cielo

Mohamed I de Córdoba fundó en el año 850, en la cuenca del río Manzanares, una ciudadela musulmana llamada Mayrit. Para blindarse del enemigo, real o imaginario, construyó una muralla, «la almudaina«. No lo hizo de forma casual sino con una afanosa búsqueda del mejor lugar que estuviese rodeado de reservas acuíferas y una vega cultivable con el fin de proteger la parte noble de la ciudad.

Por avatares del destino, la ciudad fue incorporada a los reinos cristianos en el siglo XI. En ese momento sus nuevos pobladores comenzar a habitar la ciudad conquistada desde el miedo que supone tener al enemigo cercano en la mente y en el corazón y, por ese motivo, alargaron la muralla por su carencia de valor y valores.

En aquella tierra media, en las que el agua sólo llegaba a las fuentes públicas de la Villa, el cuarto de baño era una bacinilla y, la única forma de deshacerse de las aguas mayores y menores, a falta de retretes, era arrojarlas por la ventana o por la puerta al grito del «¡ Agua va !» lema con el que se avisaba a los viandantes del desahogo.

De ahí nació la costumbre de los caballeros de ceder el lado más cercano de los edificios a las cortesanas, para protegerlas de imprevistas sorpresas, y aquellos se protegían con sombreros de ala ancha y capa negra. En aquel momento los desorientados madrileños no andaban mucho más aseadas que sus calles aconsejados por los médicos, los expertos y técnicos del momento, que dotaban al agua de la capacidad de abrir los poros ablandando el cuerpo, exponiéndolo a enfermedades, o afirmando que el agua corriente de los ríos podía llevar trazas de esperma que podía embarazar a las cortesanas.

En estos tiempos del nuevo cólera, retoza a sus anchas el veneno político en todos los rincones de la Corte, además en las peores de sus manifestaciones: rencor, odio y egos encontrados. En la Edad Media, muchos reyes y nobles también temían que les envenenaran la comida o la bebida y, por eso, tenían sirvientes que debían catar lo que sus señores iban a ingerir.

Lo peor de estos tiempos modernos es que el político se toma el veneno y piensa que le va a hacer efecto a su contrario. No hay nada nuevo bajo el sol y esto que sufrimos se ha dado en cada uno de los gobiernos de la democracia, es lo mismo. Si hace buen tiempo recogen los desperdicios en los carros pero si llueve usan los «carros podridos» como sucedía en el medievo.

Ante la vulnerabilidad que nos produce el virus, el método de «la marea» no funciona. Así lo percibió Carlos III cuando llegó a la capital, tras el fallecimiento de su hermano Fernando VII, y encontró una ciudad llena de fango, basuras y excrementos. Como buen líder, supo delegar y mandó al marques de Esquilache hacer un Plan de limpieza, empedrado, alumbrado y alcantarillado e hizo venir de Nápoles al ingeniero y arquitecto Sabatini para que dirigiera la operación.

Se publicó una Real Orden para el aseo y limpieza, algo parecido a nuestra regla de las tres Ms, manos, mascarilla y metro y medio de separación. La orden prohibía que los cerdos andaran por las calles, los alguaciles revisaban la limpieza de las casas bajo pena de multa y los carruajes que entraban en la Villa mercancías se aprovechaban para llevarse las basuras y desperdicios de los madrileños.

Obviamente, a los madrileños les sentaron mal las medidas y Carlos III, que no entendía muy bien el porqué de las quejas exclamó: «Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava». Es considerado el mejor alcalde de Madrid por el ensanche de la Castellana, cuidar a sus protestantes con el pulmón verde del Retiro o construir puertas a la felicidad de sus vasallos como la de Alcalá, Toledo o la desaparecida de San Vicente.

A Carlos III, apodado como «El Político» por sus habilidades de gestión, innovación al importar productos como el agua de colonia y estadista al implantar la lotería nacional como medio indirecto de recaudación de impuestos.

Ahora en plena crisis de coronavirus, al igual que nos ha venido dada la transformación digital obligatoria, se necesita emprender una reforma evidente, profunda e imperiosa para la transformación de la Villa y la Corte con encarnados Carlos III.

Si no saben hacia donde se dirige el barco, ningún viento nos será favorable.

«Aprendió tantas cosas que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas. Cuando el Cristo vuelva, decía mi maestro, predicará el orgullo a los humildes, como ayer predicaba la humildad a los poderosos.”

Antonio Machado, Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín
https://youtu.be/eKSq6MPKsjI

Alberto Saavedra CXO imita.es Chief Exponential Officer

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