En el Physiologus, el primero de los bestiarios cristianos, cuentan que los polluelos de pelícano que reclamaban con demasiada violencia la comida a sus padres recibían la muerte con un brusco picotazo. Unos días después, llenos de remordimientos, esos padres indignos se desgarraban el pecho para regar con su sangre los cuerpos de sus crías inertes para devolverles a la vida.

Obviamente, si los pelícanos hubieran tenido esa costumbre tan sangrienta probablemente se habrían extinguido desde el mismo momento de su creación. Desde la antigüedad, a los seres humanos nos gustan los símbolos porque nos ayudan a entender e imaginar la realidad, pero no son la realidad misma. Por supuesto que son positivas para la sociedad todos los ilusionistas que nos prometen un futuro mejor pero con las vidas pandémicas no se juega.
Los símbolos, las marcas si hablamos a nivel de empresa, son los que nos definen, los que nos representan. La marca es aquello que nos sugiere el recuerdo cuando cerramos los ojos y se produce el efecto de una experiencia hecha realidad. Por suerte, ahora estamos en la época del marketing de los valores, creando un mundo en el que lo que representamos es lo más importante para que los consumidores compren productos de nuestra empresa.
Por ese motivo, en esta época que nos ha tocado vivir, el marketing político hay que dejarlo en la trastienda. En el Economista del Viernes había una noticia en la que hablaban de brotes verdes en la Economía europea con la siguiente entradilla «Francia y España se ponen a la cabeza de la recuperación en junio«. Por supuesto que el verde simboliza la esperanza, es sentimiento que nos lanza a las grandes metas pero, como diría Aristóteles, non materia, no es algo no perceptible.

ABRAMOS LOS OJOS, como en la película de Alejandro Amenábar, y hagamos una pequeña parada en una calle de mi ciudad charra. Descubriremos que una cafetería, un supermercado, una frutería, un taller mecánico y un badulaque SE HAN QUEDADO ATRÁS. En toda la calle, sólo ha aguantado una pseudo-Ortopedia a base de vender sillas de ruedas, mascarillas y gel hidroalcohólico.
Por supuesto que estamos viviendo una crisis EXCEPCIONAL que nos afecta a todos por igual y que ha llegado sin cita previa y sin entender de diferencias sociales que, sin embargo como diría Sabina, existen. Entre brotes y rebrotes, la pregunta que nace de la tierra media es si Papá Estado tiene capacidad para abrirse el pecho con el pico para darle a sus polluelos de comer trozos arrancados de su propia carne, sacrificando demagogias por el bien común y protegernos del virus.

Imitemos a la Naturaleza, observando a los Pelícanos que son pescadores de grupo. Se reúnen para buscar sus alimentos JUNTOS, batiendo sus alas sobre la superficie del agua, guiando los peces a las aguas superficiales hacia un lado pensado estratégicamente donde otro grupo de pelícanos está al acecho para recoger los peces en sus bolsas. Son un símbolo del trabajo en grupo, y de los buenos resultados que se obtienen trabajando juntos CODO CON CODO.
El pelícano cuando alimenta a sus crías, las mete literalmente en su bolsa debajo del pico y es símbolo de sacrificio. Como buen innovador, se me ocurre una idea de esas que catalogamos como radical. ¿Y si los políticos fueran autónomos, inmersos en el mundo de la autogestión y caminando cada día sobre la cuerda floja? Sería un cambio profundo en la cultura tradicional del trabajo público basado en la dicotomía Estado/empleado y una forma de reivindicar el Orgullo de ser Tendencia por la dignidad que supone el simple hecho ser Autónomo.

Nos queda la Esperanza que, en la Historia de la Humanidad, todo son ciclos: siempre hay alternancia entre esplendor y declive. Momentos que queremos que sean eternos y, otros de crisis, que tememos no superar.
Cada empresario tiene la capacidad de ser como el ave Fénix que, cuando llegaba su hora de morir, hacía un nido y ponía en él un único huevo. Después de incubarlo durante unos días, al caer la noche, el ave ardía reduciéndose a cenizas.
Seguro que muchos de esos AUTÓNOMOS que sufren los daños colaterales de este tiempo, gracias al calor de sus propias llamas, terminarán de empollar el huevo y, al amanecer, el cascarón se abrirá y acabarán resurgiendo de la cenizas del coronavirus.

Al igual que el Ave Fénix, no será otro negocio, sino la evolución del mismo con su identidad única e irrepetible pero con la virtud de recordar todo lo aprendido en su vida anterior.
Pasemos del mundo del yo al NOSOTROS.
“Creo que podría transformarme y vivir con los animales: ¡Son tan tranquilos y mesurados! Me complace observarlos largamente. No se afanan ni se quejan de su suerte. No se despiertan en la noche con el remordimiento de sus culpas. No me aburren discutiendo sus deberes para con Dios. Ninguno está descontento, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas. Ninguno venera a los otros, ni a su especie, que cuenta miles de años de existencia. Ninguno es respetable ni desgraciado en toda la ancha Tierra.”
Walt Whitman, el divino impostor.
Alberto Saavedra CXO imita.es Chief Exponential Officer
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