Crónicas de un pueblo fue una serie de TVE dirigida por Antonio Mercero a comienzo de los 70 que narraba la vida cotidiana en un pueblo ficticio de Castilla, Puebla Nueva del Rey Sancho. Carrero Blanco le propuso al director del ente público, un tal Adolfo Suárez, que crease una serie para hacer llegar a los ciudadanos el fuero de los españoles o el fuero del trabajo. Por supuesto, nada que ver con ese Diario de la Cuarentena que me encontré buscando cifras de contagio.
Sus principales personajes eran el alcalde, el cura, el cabo de la Guardia civil y el maestro. Otros personajes secundarios eran el alguacil, el cartero, el conductor del autobús, la boticaria y los niños de la escuela. Todos ellos han sido mencionados en los últimos Reales Decretos, salvo los últimos, incluida mención por triplicado a los perros. Obviamente, hay más caninos que niños, y eso otorga más rédito electoral pero, en tiempos de tribulación, mejor no hacer mudanza y dedicarnos a encofrar el futuro de nuestra sociedad.
No perdamos la paciencia confinada. En breve nos rociarán con nuevos decretos que hablarán de colegios y de niños. En ese momento será necesario y urgente escuchar voces como la de José Luis Leal, por cierto ministro de Hacienda con Adolfo Suárez y que redactó los pactos de la Moncloa, que ha reclamado un acuerdo en Educación porque cree que «no es imposible«. Aprendamos sin complejos de sociedades mejor «educadas«, como los países nórdicos o la República Checa, que pueden vivir en una «cuarentena inteligente» y han imitado (copiado) el modelo de Taiwan sin tapujos.
Me viene a la memoria una anécdota que me contaba un amigo vasco hace un par de meses en Bilbao, al parecer en el período de transmisión del soldado desconocido. En una estancia de trabajo en Holanda, le invitaron a visitar las instalaciones del estadio del Ajax de Ámsterdam. Se sorprendió al ver que no había vallas de separación entre las diferentes zonas y le preguntó a su colega holandés cómo hacían para que los asistentes no cambiaran de sitio. Su respuesta fué diáfana: «Cada uno sabe dónde tiene que estar».
Bajo esa premisa puedo entender la dificultad de regular en un estado de alarma, muchos veces hay que improvisar, y que los españoles somos, por raíces, pícaros como el Lazarillo de Tormes. Lo que no es de recibo es poner prohibiciones para todos y, después, poner las excepciones. Si lo hago en mi empresa o en mi casa me acusarían de agravio comparativo. Ahora se trata de legislar en el sentido de «educar al pueblo» para el bien común.
Cuando la televisión era en blanco y negro, los niños vivían en la calle, en el espacio público, y el alguacil, que leía los bandos de Isabel II, los cuidaba como si fueran sus hijos, porque entendía que eran de todos. Se cumplía el dicho africano que reza que, para criar un niño, se necesita una tribu. Ahora necesitamos que el neoliberalismo de este Reino de Taifas no haga a los niños propiedad del Estado y aprovechemos esta desgracia para seguir otra palabra africana que significa trabajar juntos para lograr algo más: HARAMBEE ¿Hay que construir una escuela o una casa? ¿Hay que allanar un camino? En África, cada uno ofrece todo lo que puede: trabajo, dinero, esfuerzo, materiales…
Ahora les abrimos a los niños esa «cuarta pared» como si fuera un balón de oxígeno ante su aislamiento (hay que reseñar que no se lleva igual en La Moraleja que en un patio interior de Chueca). Mis hijos han sido más creativos en cuarenta días y tienen compañeros que, por desgracia de conciliación, se encuentran confinados a diario desde Madrugadores (7:30 am) hasta las (5:30 pm), en sus Colegios Mayores de Primaria. Después, un par de horitas de actividades extraescolares después de la merienda, baño, cena, pipí y a la cama.
Quizá el problema a resolver, en este estado de oportunidad, no esté en los niños sino en los padres que tenemos que reforzar nuestra creatividad para llenar los espacios de estos cuarenta días con sus quinientas noches. Los niños no son propiedad de los padres, como abogan los partidarios del pin marental, ni siquiera de los Estados: son el bien más preciado de la sociedad. Por eso el modo más directo de traerlos al bien común es incluirlos en los Reales Decretos, tanto a ellos como a sus inspiradores maestros.
Como dijo el Papa Francisco en la Plaza solitaria de San Pedro, los padres y profesores se han dado cuenta que están en la «misma barca«, todos frágiles y desorientados pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios. Somos miembros de un mismo equipo educativo para buscar nuevos caminos con creatividad. Ni los padres somos formadores, ni los maestros son educadores aunque convivamos en ese imprevisible triángulo de las Bermudas.
En España no nos valen modelos de «línea dura» como el asiático que propone a los niños un Sábado tareas y clases de ciencias, matemáticas, mandarín e inglés y en en el que el niño se puede relajar por cerca de dos horas. Tampoco nos funciona el sistema flexible americano que permite a cada municipio establecer su curriculum con el fin de educar a sus futuros Gobernadores (esos que recomendarán a sus ciudadanos inyectarse desinfectante para curar sus dolencias). Ni siquiera el modelo europeo, acuñado por el diseño de un Ministro francés que se vanagloriaba de saber que cualquier dia a las 12 de la mañana lo que se le estaba enseñando a un niño o a una niña en la escuela pública.
La escuela sólo tiene un objetivo: enseñar al niño a hallar la felicidad, de encontrar el modo de aprender qué le hace feliz. Este mes y medio medio los niños han aprendido a hacer tareas en familia, diseñar laboratorios de cocina y disfrutar del tiempo para ser niños. No hay evaluaciones, ni premios, ni castigos. Sólo la experiencia de haber vivido un momento único. Ese es el verdadero «adaptive learning» del que hablan pedagogos como José Antonio Marina o de la «Universidad blanda» que propone el ministro Castells cuándo pide a los Rectores que les pregunten a los alumnos cómo evaluarse.
El coronavirus puede ser como ese gran maestro en la vida que puede cambiar un delincuente en un buen ciudadano. Las Nuevas Tecnologías llegarán a nuestra realidad educativa pero hay que hacerlo con calma, serenidad y prudencia. Cuando somos alfareros, la improvisación en estado de supervivencia no sirve. Para servir a los ciudadanos, hay que apostar por un acuerdo en la Educación como lo hizo en su día el Ministro Moyano.
Estos dos meses de aprendizaje han sido, son y serán PARA TODOS un PERÍODO DE TRIAJE para quitarnos los corsés, dar protagonismo a los personajes del pueblo imprescindibles y realizar la poda de todo lo que nos sobra.
Como sucede en muchas Universidades cuando alguien presenta una tesis, si no nos dan a los niños, a los padres y a los maestros un Cum Laude, nos estarán haciendo un agravio comparativo.
No tenemos que poder ver toda la escalera ni ser expertos de mitin para dar el primer paso. Propongamos el mejor fuero: Colacao para todos.
«El maestro mediocre cuenta. El maestro corriente explica. El maestro bueno demuestra. El maestro excelente inspira.«
William A. War
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