Las startups comienzan siempre su viaje en un hermoso velero, como en el que viajaba Gulliver, hasta que llega la violenta tempestad y se agitan los mástiles de los ingresos, se levanta la proa, se lanza la popa y, hasta el mejor de los capitanes grita: ¡Sálvese quien pueda!
Los fundadores lanzamos las empresas empujados por el viento, cegados por el tiempo y, sobre todo, nadando en medio de las tinieblas. A veces no hay tiempo como en el Titanic de arrojar los botes al agua y la fatiga hace presa de nosotros pero es, en ese momento, cuando la estrategia es diáfana: resistir.
Son esas brazadas las que nos llevan a la playa, las que nos salvan para llevarnos a Lilliput, ese país donde nos encontramos con esos hombres diminutos y cortoplacistas que nos ven como gigantes y se dedican al acarreo de estacas y cuerdas para prendernos. Es cierto que no existe un liberalismo perfecto, ni una isla utópica, ni molinos ni gigantes aunque se asomen su Palo Alto desde un valle de San Francisco.
Pero nuestro mundo necesita a esos Gullivers cuyo viaje no se emprende hacia la isla de Forbes. Necesitamos a esos idealistas que, cuál Rappel, predicen el futuro inventándolo escapando de la trampa del presente y comenzando a construir desde esas malas ideas que generan un mundo abierto, un mundo en el que todas las ideas son valiosas y, por ese motivo, generan un espíritu de confianza que permite que invirtamos en personas, no en objetivos.
Esos Gullivers dedican su tiempo y su inteligencia creativa para crear el Sistema operativo Windows aunque ya exista porque son capaces de disfrutar de esos estados intermedios, impredecibles, entrópicos. Por desgracia, la sociedad usa el pensamiento por encima de la emoción y ello le lleva a tratar al emprendedor como al Extranjero de la obra de Albert Camus, de forma mezquina.
El emprendedor, como Alberto, el protagonista de los Pocillos de Mario Benedetti, siempre piensa que para él no está todo perdido, que aunque la ciencia no crea en milagros es humano aferrarse a una esperanza. Ante cualquier desencanto, rechazo o negativa el Goliat de la Innovación vence a las mentes mediocres con talento, tenacidad y creatividad.
No estamos aquí para competir, sino para compartir experiencias.
La diferencia es la que nos une como seres humanos.
«Has hecho un panegírico admirabilísimo de tu país. Has demostrado claramente que la ignorancia, la holgazanería y el vicio son los ingredientes necesarios para poder ser legislador; que las leyes las explican, interpretan y aplican mejor aquellos cuyo interés y aptitudes radican en tergiversarlas, embarullarlas y eludirlas. Advierto en vosotros algunos trazos de una constitución que originalmente pudo ser aceptable, pero que se encuentran medio borrados, y el resto completamente desdibujados y emborronados por la corrupción. De todo lo que has dicho no parece que sea necesario ningún talento para la consecución de cargo alguno entre vosotros, y mucho menos que los hombres se ennoblezcan por la virtud, que los sacerdotes asciendan por su devoción y erudición, los soldados por su integridad, los parlamentarios por su amor a la patria y los consejeros por su sabiduría.» Jonathan Swift.
Alberto Saavedra CXO at imita