Hay un binomio recurrente a lo largo de la Historia en el que los artistas hacen viajes al infinito gracias a la heroína u otra drogas y que, esas anestesias del alma, les llevaron a muchos a terminar en el nicho con el genio y su ingenio. Los creativos de nuestra era se encargan de darnos nuestra dosis de aminoácidos vía Smartphone y ahora llegar el turno de las superapps, en cristiano, meter en un sólo programa todo lo que necesitamos para ir generando nuevos nichos de mercado, nuevas adicciones, pseudonecesidades.
Como botón de muestra Deliveroo (ya controlada por Amazon porque ha encontrado en ellas amigos de futuro y les ha dejado 515 millones), la colombiana Rappi (también con micromecenazgo de Softbank de mil millones) que ofrece servicios como «favores, antojos y deseos» a los que se añade pagos online o entrega de efectivo, búsqueda de productos o incluso contratar los seguros con tarifa plana o la chinas Wechat o Alipay que están llegando a acuerdos con el topten para llegar a un nicho efímero que, en breve, por la recurrencia del monopoly de Internet, volverá a manos de los Goliats tecnológicos.
Sinceramente, no sé si necesitamos todas estas «commodities» al modo de la creatividad de consumo de Andy Warhol. Si fuera Secretario de Estado yo reforzaría iniciativas como The Collider que nació como una oportunidad de conectar la Ciencia y la Investigación con el mercado (lo que llevamos intentando hacer sin éxito en el Ecosistema los últimos 15 años). Su fundador pone un dato sobre la mesa: en España generamos el 3% de los papers científicos a nivel mundial pero ninguna llega a ser una solución digital global. A buen entendedor, pocas patentes bastan.
Este equipo, nacido de la Mobile World de Barcelona, ha sacado al mercado apps para diagnosticar malaria, anemia o lucemia o un software para reducir un cincuenta por cien los costes de la obra pública. Personalmente, como diría el artista Joaquin Sabina, me quedo contigo porque están más cerca de esa «cadena de favores» tan necesarias como la creada por Eliseo Haro, Komefy, una app a modo de banco de alimentos o la de la nigeriana Temie, LifeBank, que conecta bancos de sangre, donantes, hospitales y pacientes.
Cuando en imita hablamos de creatividad no lo hacemos al uso de la aproximación de la RAE, «facultad de crear«, sino que nos parece más precioso la definición del «Gran diccionario de la llengua catalana» que lo define como la «capacidad de crear con el intelecto o la fantasía«.
No es una cuestión de visión, es decir, de ver lo que nadie ha visto. Consiste en pensar lo que nadie ha pensado, sentir lo que nadie a sentir y, sobre todo, como decía Picasso, en copiar lo que se pueda copiar e incluso robar lo permitan robar.
El genio es el estilo, lo original, lo genuino.
Como diría Leonardo si levantara la cabeza, las superapps no son heroínas: son negocio imitativo y está destinado al lucro, a lo que gusta en el momento. Un banco de sangre o un banco de alimentos entra en el bosque de la creatividad y lo atraviesa hasta que el genio sea capaz de vislumbrar los primeros rayos de sol.
Lo que los pedantes llaman capricho, los necios locura, los ignorantes alucinaciones, lo que antaño se llamaba furor sagrado, lo que hoy se llama, según sea la variante del sueño, melancolía o fantasía. Este irregular estado de ánimo que constante en todos los poetas ha mantenido incesantemente invocadas o evocadas como si fueran cosas reales, lo que no son sino abstracciones simbólicas, la lira, la musa, el trípode, esta singular apertura a inspiraciones misteriosas es necesaria para la vida profunda del arte.
Victor Hugo
Alberto Saavedra CXO at imita