Domicio Ulpinao fue un jurista romano y prefecto del emperador Alejandro que definió la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde. Sus preceptos del Derecho se resumen en tres máximas: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo que es suyo.
Según afirma la historiadora Mary Beard los romanos crearon el mundo globalizado no sólo por sentar las bases del Derecho sino que su poder se sustenta en su capacidad para asimilar a los extranjeros y apoyar a las empresas de la plata de España (aprendamos de ellos para tratar a los refugiados y respetar a las redes comerciales). Esencial también para el imperio romano sus inventores, ingenieros y, por supuesto, los emprendedores, que han forjado nuestra civilización.
Me refiero con ese último término a ese ciudadano romano que, aunque algunos le llamaran iluso, creaba Acueductos a partir de su ilusión, repartía agua por toda la ciudad gracias a su entusiasmo y dejaba su impronta en todo el ciclo de vida de su idea.
En nuestro siglo XXI, si usted amable lector busca en Google, no aparecen compañías de seguros que, siendo la nuestra una profesión de riesgo, hagan pólizas que protejan el emprendimiento o propongan un «Crédito y Caución» a esos «Stressarios Autónomos» que no cobran una factura por esos imponderables de tener una vocación emprendedora.
Los Emprendedores no tenemos responsabilidad civil subsidiaria por lo que hacemos por la sociedad ni en lo mercantil, ni en lo público, ni siquiera en casa. No somos profetas en nuestra tierra y, sin embargo, somos los protagonistas de nuestra historia. Nos sucede incluso desde nuestra labor de Consultoría de Innovación en la que descubrimos la ingratitud de personas con las que trabajamos para que mejoren sus empresas. Son, en esencia, ilógicos e injustos porque no son capaces de ver los frutos de la Innovación hasta que pasa un cierto tiempo y, en ese momento, lo descubren con sorpresa como sucede cuando nos llega la madurez.
Por suerte, el compromiso de imita nos convierte en cómplices de los éxitos de nuestros clientes pero, como contrapartida, en responsables de su fracasos. Un Consultor de Innovación no realiza un trabajo de campo. Su obligación es escuchar, observar y, sobre todo, analizar la realidad de la empresa para transformarla. Los cambios no se ven de un día para otro pero en Innovación se cumple siempre la máxima, al más puro estilo romano, de que todas las empresas que no innovan fracasan, ya sea porque mueren de éxito o porque les faltan los medios para enfrentarse a sus fracasos.
La verdadera innovación no se aprende en la Escuela, es algo vocacional que nace de dentro y permite a una persona soñar con subir a la montaña para, desde la cima, otear el horizonte y ver dónde se encuentran las piedras angulares. Añoro aquellos profetas que han cambiado el mundo con una sola cualidad: la gratuidad, ese don que nos permite innovar para todos y olvidarnos del cálculo mercantil de los medios y los fines. En Innovación lo gratis no es igual a cero, su valor es infinito.
Quizá Obelix no tenía razón y aquellos romanos no estaban tan locos. Reforcemos los valores del Asterix que todos llevamos dentro: gran amigo y vecino, leal con su jefe, honrado y paciente, en constante y épica lucha contra el Goliat de turno y, como buen emprendedor social, siempre dispuesto a servir a su gente.
» Reclamo el derecho a contradecirme siempre que quiera. La expresión de la verdad esta en las pruebas y no en las actas, no en nuestra propia convicción. Si las causas fueran claras y se discutieran por ellas mismas, nadie necesitaría un defensor». Cicerón.
Alberto Saavedra CXO at imita