El porteo de enseres, víveres y otros objetos es un trabajo con larga tradición en zonas como Nepal. La circunstancias particulares que se dan en la cordillera del Himalaya hacen que la única forma de comerciar sea usando caballos, mulas, burros, yaks o personas para transportar los productos.
Hay diferentes tipos de porteadores: los que comercian sus propios bienes (serían como nuestros antiguos arrieros), los que lo hacen para expediciones (como las del Everest en las que han muerto doce personas en una semana) y, por último, los trabajadores por cuenta propia al estilo de los falsos autónomos de Glovo, Deliveroo o Uber eats.
Lo hacen igual que los «riders» de nuestras ciudades pero, en vez de llevar una caja de colores, lo hacen cargando una jaula de forja que llenan de maletas, bombonas de gas o incluso gallinas. Lo hacen con el mismo riesgo bajando la montaña a gran velocidad con sus sandalias de cuero o cómo el sherpa que, hace poco, se jugó la vida para no abandonar a su cliente obsesionado por alcanzar la cima del mundo.
El Sherpa es el CXO de la montaña (Chief Exponential Officer) que ayuda a los clientes a crecer estableciendo una relación de empatía y confianza, es el guía que conoce el terreno, quiere llegar alto pero trabaja en equipo y, sobre todo, es el líder en la sombra, el planificador y coordinador del proyecto de escalada.
Sin entrar en controversias, que no es el objeto de este blog, y siendo consciente de que la necesidad económica y la precariedad laboral son las causas de los accidentes laborales de estos «chicos y chicas para todo» y que las plataformas podían mejorar la seguridad de sus colaboradores, analicemos el origen de Glovo como referencia marca España de «compañía de recados«.
La empresa fue fundada en 2015 por Sacha Michaud que comenzó su carrera emprendedora vendiendo palomitas con nueve años en las ferias y siguió desarrollando sus competencias como jockey en USA y UK. En Barcelona se encontró con el Ingeniero Oscar Pierre que tenía la misma idea de negocio y consiguieron 150.000 dólares de un business ángel para importar a España la mensajería colaborativa. Después en sólo tres años han levantando mediante más de 150 millones de dolares aportados por Seaya Ventures, Cathay Innovation y Rakuten Capital.
El modelo de negocio se basa en la premisa de que, para competir con gigantes como Amazon, el coste de llegar tarde es muy alto, aprovechan como nadie la tracción viral y crecen más rápido que la competencia con menos dinero y menos ingenieros gracias a la selección hecha por los fundadores de sólo un target de cien ciudades. Lo que quieran y dónde quieran sus 5 millones de usuarios por menos de lo que cuesta arrancar un coche.
Los riders no son sherpas ni porteadores: son recaderos colaborativos que convierten en realidad para el pueblo llano una «commodity» que sólo estaba permitido para los ricos que se podían permitir un mayordomo. No se puede entender por Economía colaborativa un modelo de negocio que tiene que abaratar todos los costes para que un usuario final sólo pague 1,95 para que le traigan las cervezas a casa.
Tampoco se puede entender como Innovación social si el trabajador tiene que pagarse la bici, el seguro médico y los autónomos y los empleados no son miembros de un equipo sino piezas intercambiables.
La Economía digital no tiene término medio: la cruz de la esclavitud del siglo XXI o la cara del emprendedor con su tecnología en la mochila como la solución a todos nuestros males. Crea amigos digitales, compañeros de semáforo, esa flota feliz de Aldous Huxley de la que hablan los fundadores de estas compañías que han sabido cuál era el tornillo que había que apretar.
Probablemente el tornillo que nos falta para forjar el capitalismo 2.0 sea crear, al nivel de Políticas Públicas, una legislación preventiva que se anticipe o, al menos, vaya a la par de la Tecnología y se puedan paliar los inconvenientes de esta nueva era de arar sin arado pero que permite contratar burros que dan vueltas para que no se pare la noria.
“Mi máximo respeto y mi máxima admiración a todos los ingenieros, especialmente al mayor de todos ellos: Dios”. Thomas Alva Edison, el inventor más fecundo: 1200 patentes
Alberto Saavedra CXO at imita