La Dorada es una especie costera, con nombre científico Sparus aurata, que, si le preguntáramos a alguno de los protagonistas del libro FISH de Stephen Lundin (aquel que habla de que la eficacia de un equipo radica en su capacidad de motivación), nos lo vendería como cabezona o zapatilla con una sonrisa al presente.
Las doradas, como los budistas, cumplen la ley de la impermanencia (anitya), tanto en su realidad interior como la del mundo externo, están siempre en un estado de cambio. Si la permanencia nos lo permite, nos daremos cuenta que la vida de estos peces no difiere mucho de la de un humano metido en el maravilloso océano de la empresa.
Cuando no existe lucha por el territorio, los machos no tienen que ser grandes y agresivos para amenazar a sus rivales. La dorada nace macho y, cuando aumenta de tamaño y cumple dos años, se transforma en hembra cambiando la producción de esperma por huevas. Algo similar sucede con el ciclo de vida de las startups con las que trabajamos en imita.
La experiencia de trabajo nos confirma que las startups están en crisis permanente, vista como oportunidad china, y esa crisis es Innovación y la Innovación, a su vez, es CAMBIO. Dicen en mi querida Extremadura que «Cauno es cauno y tienen sus caunadas» pero, con independencia de la identidad, como profesionales tenemos que perder ese miedo que nos impide superarnos, crecer y, sobre todo, mejorar. Es natural tener miedo a lo desconocido pero hay que alejar esas dudas que nos impiden descubrir el verdadero valor de nuestras capacidades, destrezas y competencias.
No es cuestión de imitar el sexo de los peces o la magnífica Tootsie de Dustin Hoffman, pero si convertirnos en «resilientes digitales»: nadar en agua cálida o fría, en agua dulce o salada y, cuando sea menester, mantenernos en ese agua templada dónde se encuentra la virtud según nos enseñaron nuestros antiguos maestros.
Innovar es, como en El Dorado, la búsqueda de lo imposible. A veces, como sucede con el mito de la caverna de Platón, es más fácil mirar una sombra que el objeto que la proyecta. Para ser primeros o pioneros, según cuál sea nuestra misión, debemos de construir nuestra propia realidad con lo que creamos, con aquello que proyectamos, con lo que soñamos.
Los primeros son los que se equivocan. De esos hombres irrazonables depende el progreso. Esos son los imprescindibles: esos locos y raros «Caballitos de mar» que embarazan al mundo con su imaginación.
Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados… por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados… por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados… por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados… y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados…
(Las cuentas del Gran Capitán)
https://youtu.be/MsHCqrrU-Gk
Alberto Saavedra CXO at imita