Para innovar y mejorar nuestro entorno debemos de estudiar la Economía en su conjunto. El principal hándicap de nuestra era es que, con la llegada de las tecnologías de intermediación, lo macro se vuelve micro, lo local es global e Internet robotiza lo humano a la vez que humaniza los bots.
Recuerdo con nostalgia aquellos tiempos en los que, en la Economía circular tradicional, cuando yo recibía cien euros por mis labores de Consultoría de una empresa salmantina, pongamos que hablo de Mirat, los empleaba en comprar un traje en la Plaza Mayor para mi siguiente preventa. Con ese dinero el sastre iba al Mercado Central (recomiendo visitar las nuevas vidrieras) y compraba pollo de corral, el pollero pagaba al granjero y éste le compraba el pienso a la empresa que yo había asesorado. Todo quedaba en casa, en la ciudad.
Ahora, si compro el traje por Amazon (no uso la preposición «en» a propósito), los cien euros vuelan al espacio de la compañía Blue Origin, quién sabe dónde irán que diría el Sr Lobaton, y por malabalares tributarios, Jeff Bezos cada trimestre no tienen que fraccionar el IVA o el IRPF como el pollero, el granjero o el sastre ya que el sistema le exonera, tanto en España como en la federal Estados Unidos, de los solidarios impuestos mundanos.
El libre mercado es sano siempre y cuándo no alimente viejos fantasmas convertidos en modernos monopolios. Amazon no es solo intermediación, es infraestructura, tecnología, logística y, lo que es más ventajoso, tiene el poder de la inteligencia Artificial de AWS.
Como estamos hablando de Economía, pondré el caso de nuestra Mirinda, el refresco español que desapareció de nuestros bares cuando PepsiCo compró la marca y la borró de la piel de toro para dejarnos con los sucedáneos del valle del KAS. Ahora es un éxito en más de cien países e incluso se comercializa por Amazon.
Mirinda es el ejemplo vivo que, como la Libre Enseñanza, nos alienta a sentirnos orgullosos de todo lo que hacemos, aunque el éxito no se vea a simple vista. Detrás de la marca está su creador, un apasionado del esperanto. Significa en esta lengua algo admirable y maravilloso, como esa «Fanta Española» que se vende en muchos lugares mucho más que los productos suministrados por el imperio de Coca-Cola.
Sin embargo, las evidencias cotidianas me hacen secundar, muy a mi pesar, las palabras del Alto Comisionado para la Marca España que lamenta que «la educación desatienda inculcar un amor por nuestro país«. Nuestros hijos desconocen la cultura, la historia y la literatura españolas, mientras las regiones fomentan lo local y particular.
Los programas educativos en España reservan la mitad de horas que en Francia, Alemania o Reino Unido a “conocer lo nuestro”, así que los alumnos salen sin conocer lo que nos une y sí saben lo que nos separa por lo que les entra por los medios de comunicación.
Aprendamos de la Historia y defendamos lo nuestro. No importemos el último artilugio de Mark Zuckerberg que ha construido para que su mujer pueda dormir mejor en sus noches de vela materna. Patentemos nuestra épica siesta y logramos convencer a la «Señora Facebook» para que se olvide de esa «caja de dormir» a modo de Gusiluz y disfrute los beneficios de echar una cabezadita veinte minutos después de dar el pecho a su bebé.
«¡El día que España esté a la altura de su paisaje!». Ginés de los Ríos.
Alberto Saavedra
CXO at imita