En aquel Olivar de la Hinojosa, en cuyos árboles me encaramaba cuando era niño para avistar los aviones de Iberia, han asentado el parque Juan Carlos I, un oxígeno para la cara Noreste de Madrid, en el que reposa una magnífica colección de Escultura al Aire Libre. Una de las obras más sencillas, pero a la vez más relevante, es la del argentino Leopoldo Maler titulada “Los Cantos de la encrucijada”. El monumento es un jeroglífico donde aparece el plural mayestático “NOS”, una palabra con la que arrancan todas las constituciones democráticas.
Por desgracia, en el noble y difícil arte de legislar ,no se aplica siempre ese principio básico que nos permite vivir en el lugar donde habita la primera persona del plural, ese sitio de recreo en el que, como ciudadanos, somos más plenos. Si nos alejamos de esos lares corremos el peligro de llegar a situaciones como las de Navarra, sentencias cotidianas que desagravian a todas las partes o el sinsentido que supone quitar la libertad a unos padres que cruzan el Canal de la Mancha para soñar con un imposible ante el futuro incierto de su hijo.
La semana pasada con la excusa de debatir sobre el libro de Moisés Barrio sobre las Cosas de Internet (IoT) y su entono legislativo, tuve la fortuna de asistir a una Jornada de Intercambio de Conocimiento en la Fundación para la Investigación del Derecho y la Empresa (FIDE). En el coloquio posterior a la mesa redonda, se ofreció una visión muy específica del gran problema que sufrimos cuando la Tecnología se convierte en ese Correcaminos al que los «juristas coyote» no pueden atrapar.
En ese contexto, no se puede cumplir ese principio de buena fe entre la Administración y el ciudadano. Como indicaba el moderador de la mesa, Javier Fernández-Lasquetty, la legislación se aleja de lo que se pide en la calle. Para los que somos profanos en la materia, Javier lo argumentó de una forma diáfana tomando unas palabras de su profesor de Derecho Administrativo: «las relaciones entre los ciudadanos y la Administración se basan en un principio de mutua desconfianza».
Como Tecnólogo, mi aportación fue muy sencilla y alejada de tecnicismos. Puse el símil de un proyecto tecnológico en el que siempre remarcamos tres tipos de mantenimiento para que tenga éxito: preventivo, predictivo y correctivo. Les comenté que me parecía viable extrapolarlo al campo del Derecho pero me tildaron de visionario. Estoy seguro de que se mejorarían conflictos modernos como la gestión de la información de las redes sociales, el de los taxistas con los operadores digitales o ese Gran Hermano que tienen montado el dictador chino con Sky Net, esa tecnología que permite al gobierno encontrar a un «abogado díscolo» en siete minutos.
El Derecho predictivo nos ayuda a pasar del abogado conservador al que usa el big data con soluciones como la de Wolters Kluwer que ha lanzado en España Jurimetría, la solución que permite a los profesionales del Derecho, prever el comportamiento de los tribunales, y calcular la duración probable de los procedimientos.
El Derecho preventivo, desde imita, no lo vemos como prevenir un conflicto mayor sino legislar para fomentar la convivencia armoniosa en la sociedad. ¿Por qué esperar a que llegue Amazon Fresh para acabar con el comercio tradicional? Si se conoce su intrusión y consecuencias en el mercado americano, ¿no se pueden crear leyes que protejan a los ciudadanos que se levantan a las 6 de la mañana para amasar nuestro pan de cada día?
Pero, sin lugar a dudas, lo más innovador que necesitamos en nuestro país es una buena dosis de Derecho correctivo entendido como esa justicia rectificatoria que, reconociendo el error, restaura la situación equitativa para revertir una ilegalidad al modo que soñaba Aristóteles en su Ética a Nicómaco.
Como si fuera una parábola, lo intentaré expresar de modo cotidiano. Cuando compro manzanas en mi frutería de cabecera, elijo las que más brillan y le dejo al frutero las que no relucen. Sin embargo, en mi casa, cuando voy a coger una, elijo la que está mazada y que se pudrirá antes. El tendero y yo tenemos intereses contrapuestos (nosotros y ellos) pero en mi familia todos somos cómplices del NOS: si cooperamos, todos ganamos porque no tendremos que tirar manzanas.
Nuestra responsabilidad como ciudadanos es extender ese «NOSOTROS» para moderar nuestras demandas y pedir a los legisladores que, reconociendo sus limitaciones, impidan que nos relacionemos con algo que se encuentre convertido en «ELLOS».
La democracia no puede cumplir todas sus promesas, pero podemos retomar la figura ateniense del ciudadano como iniciador, ese derecho que poseemos todos para proponer sugerencias al Consejo.
“La última y definitiva justicia es el perdón”. Miguel de Unamuno.
Alberto Saavedra