George Orwell inventó en su libro «1984» un nuevo idioma, la «Neolengua«, creada por el Partido dominante para tratar de condicionar el pensamiento de los ciudadanos y alejarlos de la realidad con el fin de acomodarlos a su visión. En su mundo imaginado, el lenguaje se usa como medio para controlar el pensamiento, convirtiendo la Guerra en Paz, la Libertad en Esclavitud y la Ignorancia en Fortaleza.
Nuestra Aristocracia Política, en su afán innovador, nos demuestra cada día, que estamos siendo gobernados por los mejores. Quizá no lo sean tanto por su vocación social y su nobleza de espíritu sino por el talento y la creatividad de sus discursos.
En una época en la que sufrimos la pandemia social de que una de cada dos familias se rompe, no se puede mencionar la palabra separación o divorcio, hablamos de cese temporal de la convivencia matrimonial. Si en plena crisis económica nos tenemos que ajustar el cinturón con un «minijob» (empleo precario), nos dirán que no hay recortes en el gasto social, son ajustes estructurales.
En las clases de nuestros hijos no ha aumentado el ratio los últimos años, se ha flexibilizado. Su estudio diario, que desasosiega a algunos padres, no es para preparar los exámenes, sólo son repasos. Si un país invade otro para garantizar la «libertad duradera«, no podemos hablar de conflicto armado, sino de ausencia de paz. Cuando mueren civiles en las guerras consentidas, no hay que ponerse melodramático, sólo son daños colaterales.
Si conviene a nuestros intereses, podemos convertir nuestra comarca en colonia para hacer sentir al pueblo que están sometidos a dominación y ocupación extranjera. Con esto conseguimos que el derecho a la autodeterminación sea legítimo aunque esté lejos de la doctrina de las Naciones Unidas. Al final, los ciudadanos somos las víctimas de este lenguaje propio que nos aleja de la verdad.
Un líder político es una persona que sabe ofrecer la justa medida de las palabras y éstas son transparentes para su pueblo. El neolenguaje partidista del siglo XXI, lleva a sus miembros a decir que es negro lo que es blanco, lo que llamaba Orwell «poseer un doblepensamiento«. El líder innovador no debe darle a las palabras más compañía que la necesaria y dejar la creatividad para los profesionales encargados de diseñar el eslogan de sus campañas.
En imita, a la hora de recomendar una línea de trabajo en este ámbito del marketing, aconsejamos que la marca pase a un segundo plano, con el fin de que el cliente se deje seducir por el mensaje y el poder de esas palabras perfectas que le inspiran confianza. Así sucede con el turrón más caro del mundo (1880) o el que vuelve a casa por Navidad (El Almendro), con empresas que nos invitan a pensar diferente (Apple) o en verde (Heineken) u otras que elevan nuestra motivación y autoestima con eslogans como «Just Do It» (Nike) o «Porque yo lo valgo» (L’Oreal).
Valor como el que tuvieron los republicanos cuando salieron victoriosos de la Guerra de la Independencia y se pusieron bajo la protección divina con lemas que inspiraron e inspiran a su compatriotas. Como muestra, los dos que aparecen en el Gran Sello de Estados Unidos: Novus ordo seclorum (Nuevo orden mundial) y «Annuit cœptis» que otorga el consentimiento del que «todo lo ve» a todo lo que emprenden.
Es el mito americano, tanto en su sentido más técnico como en el popular, esa ficción alegórica, especialmente religiosa, de considerarse el pueblo elegido. Esa creencia les conduce al exceso, a olvidarse de dar al César lo que es del César, y acuñar la confianza en Dios «In God We Trust», la unidad nacional «E Pluribus Unum» y el amor a la Libertad «Liberty» en una «soberbia» moneda.
Soñemos, como Sócrates, en que un día los filósofos reinen en los Estados o, en su defecto, los que ahora son gobernantes filosofen de modo genuino, adecuado y noble con el fin de paliar los males de los ciudadanos.
Las palabras inspiran menos confianza que las acciones.
Sólo la mano que borra puede escribir lo verdadero.
«En una democracia que no respete la sublime vida del espíritu y no se rija por ella, tiene vía libre la demagogia, y el nivel de la vida nacional queda rebajado al de los ignorantes e incultos, en lugar de que impere el principio de la educación, así como la tendencia a elevar las capas más bajas hacia la cultura, convirtiendo el nivel de los mejores, en opción dominante y reconocida».
La montaña mágica. Thomas Mann.
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